Carlos Alazraky… ¿hitleriano?
Marcos Pérez Esquer.- El insulto y la descalificación son elementos frecuentes y hasta prácticamente indisolubles del discurso obradorista. No hay semana en la que el presidente López Obrador no escoja a alguien para denostar, generalmente sin fundamento, pero sí con la aviesa intención de sacar de la injuria, alguna raja política.
Esta semana, el primer mandatario escogió a la comunidad judía en México para hacerla objeto de sus ofensas, y más precisamente, escojió a uno de los más conocidos integrantes de esa comunidad que es el publicista y comunicador Carlos Alazraky.
Las palabras exactas del presidente el miércoles pasado fueron estas: “Ya tenemos diferencias con él desde hace tiempo, es como ‘hitleriano’, una vez lo comenté, se piensa que porque ya no existe Hitler, Stalin o Mussolini ya desapareció el pensamiento nazi, fascista, la derecho rancia española y no, eso existe”. El jueves, a pregunta expresa, siguió con sus agravios dándole más vueltas a la misma idea.
Todo porque Alazraky tiene un exitoso programa que se transmite por YouTube denominado Apypical Te Ve, en el que, junto a personas invitadas, suele hacer duras críticas al régimen obradorista.
El asunto reviste varios problemas:
Primero, el hecho de que el presidente de México califique a alguien, quien quiera que sea, como “hitleriano”, es una ofensa que no puede ni debe permitirse. Comparar a quien sea, con el régimen dictatorial más cruel y mortífero de la historia humana no tiene cabida en una sociedad democrática.
No en balde, el Comité Central de la Comunidad Judía en México emitió un comunicado -algo inusual en ellos-, muy escueto pero muy contundente, en el que sostiene que “la Comunidad Judía de México rechaza el uso del término hitleriano para referirse a cualquier persona. Toda comparación con el régimen más snaguinario de la historia es lamentable e inaceptable”.
Segundo, el hecho de que Carlos sea judío, deja ver la enorme incongruencia e ignorancia del presidente. El que suele pontificar desde su pedestal mañanero, dando lecciones de historia, revela desconocer lo más elemental de la misma.
Llamar “hitleriano” a un judío, es la cosa más contradictoria que puede haber. Es confundir a la víctima, con el agresor. Es tan inconsistente como pensar que Carlos Slim es socialista, o que Vargas Llosa es analfabeta, o incluso peor.
Tercero, el hecho de que la afrenta se suscite precisamente la víspera de la celebración de los 70 años de las relaciones diplomáticas México-Israel, revela que el presidente no pudo escoger peor momento para emitir sus improperios. Como decíamos, el desaguisado presidencial ya detonó la molestia expresa del Comité Central de la Comunidad Judía en México y de la Tribuna Judía, pero podría llevar a más, y provocar el disgusto del hasta ahora país amigo de Israel.
Cuarto, el hecho de que, de nueva cuenta, desde su conferencia mañanera, acose a periodistas y comunicadores. Independientemente de cual fuere el insulto, y de quién sea el destinatario del mismo, es absolutamente inadmisible que el titular del Poder Ejecutivo federal, use el aparato de comunicación gubernamental a su disposición para arremeter contra la prensa libre y conculcar la libertad de expresión.
El hostigamiento del presidente contra las y los comunicadores es una conducta que en el mundo se conoce como “cultura de la cancelación”, que consiste en hacer un llamado a boicotear a alguien que expresa opiniones contrarias a las propias, independientemente de la veracidad o falsedad de las mismas. El término “cultura de la cancelación” es un neologismo, pero paradójicamente se trata de una práctica que tiene su origen en los albores del nazismo contra los judíos y quienes no compartían las ideas nacional-socialistas.
Quinto, el hecho de que quien emite las sandeces sea precisamente un actor profundamente autoritario que busca la concentración del poder y la instauración de un pensamiento único, y que a la vez militarice al país y se identifique con Trump y con Putin, agentes claramente neofascistas, hace doblemente incoherente todo el asunto.
A decir por su talante autoritario y antidemocráctico, todo indicaría que en todo caso el fascista es López Obrador, y no Carlos Alazraky. Pero como dice el refrán, “dime de qué presumes y te diré de qué careces”.