El impase de una derrota electoral
Esther Quintana.- Hay quienes afirman que la derrota es ley general a la que todo político tiene que enfrentarse tarde o temprano, una o varias veces. La derrota, me decía mi bien recordado amigo el doctor Luís Ramírez Ríos, presidente estatal de Acción Nacional, con quien tuve el honor de trabajar como su secretaria general, que la derrota era un río desbordado, embravecido, por el que alguna vez, andando en estos menesteres, teníamos que atravesar. Acción Nacional sabe de esos impases.
Perder una elección no es condena eterna ni para el partido, ni para el candidato. Y esto lo dice la realidad. ¿Quién no sabe de políticos que resultan como el ave fénix, que se yerguen de entre las cenizas y tienen victorias históricas? Abraham Lincoln, verbi gratia, perdió nueve veces en diferentes contiendas, a la décima postulación se convirtió en Presidente de los Estados Unidos. ¿Sabe por qué? Porque no hay lecciones más contundentes para aprender a ganar que haber sido derrotado. Y el primer aprendizaje es asumir la derrota sin estridencias.
Cuando esto sucede, el derrotado profundiza su visión de la realidad y crece como político. Descubre ámbitos en los que no había reparado. Desde conocer a quienes estaban con él o con ella, por convicción y quienes se movían por otros intereses. Repara en aspectos sustantivos del electorado como es conocer mejor sus preferencias, sus desconfianzas, y sus razones para votar a favor o en contra de alguien. También visualiza con claridad virtudes y defectos, ya sin el maquillaje de la mercadotecnia, de sus adversarios. Y algo que es oro puro, descubre facetas de sí mismo que desconocía. La derrota, pues, bien administrada, es una oportunidad invaluable para aprender, para mejorar y para profundizar, dicho de manera sintetizada, para madurar políticamente. Y esta madurez, lo subrayo, la dan las derrotas. Y el elector lo va a percibir en la siguiente contienda en sus gestos, en sus actitudes, en su manera de expresarse, en sus acciones, en sus propuestas.
Por su parte, el partido político derrotado también tiene que hacer ajustes y si es necesario, darle vuelta completa a la tuerca. No se vale pretender resultados diferentes actuando de manera inercial. Empezando por la selección de sus candidatos, las que se hacen con inteligencia le dan cohesión al partido y confianza al electorado para que los vote como sus representantes. El relevo de líderes también es sustantivo, pero no sólo por cubrir una apariencia, sino porque debe haber una marcada diferencia entre el nuevo dirigente y el antecesor, el cambio por ende, debe de ser medular. Una derrota es un estímulo para mejorar el desempeño electoral, porque influye de manera importante en la dinámica de la organización política.
Todo desempeño electoral bajo es razón más que suficiente para un cambio substancial en un partido político, para su reorganización, para entrar de lleno en un proceso de autocrítica y levantarse de la derrota con estrategias idóneas para la realidad y el contexto político en el que se está inmerso. Los cambios en las élites dominantes de la organización son requisito sine qua non para darle un nuevo rostro al partido, toda vez que son una pieza clave para el desarrollo y progreso del mismo. Lo que no funciona tiene que ser substituido. O te adaptas o desapareces, es una ley natural. Hoy día, saber gestionar la derrota electoral y reconstruir el capital político es más importante que nunca. El fracaso electoral de hoy puede ser potencialmente la base del éxito de mañana. Craso error es querer explicar una derrota culpando a los adversarios, eso es estéril, lo que se tienen que asumir con inteligencia son los errores, las insuficiencias y las debilidades, estratégicas o coyunturales.
Acción Nacional tuvo una derrota el domingo 18 de octubre en Coahuila, de modo que llegó la hora de tomar decisiones inteligentes y oportunas, y esto se traduce en que a pesar de no haber obtenido una sola diputación de mayoría, independientemente de la causa, el capital político que se obtuvo, no sólo hay que mantenerlo, si no abocarnos a incrementarlo. En circunstancias más duras tuvimos victorias electorales. Esta no va a ser la excepción. De modo que nos sacudimos el polvo, como lo hicieron tantas veces los panistas de la primera hora, nos levantamos, y a empezar de nuevo. El 2021 ya está aquí y se trata de una elección en la que se requiere que lleguen las mejores mujeres y los mejores hombres al Palacio de San Lázaro y a las treinta y ocho alcaldías de Coahuila, es decir, los mejor preparados y los más honestos.
Me parece que la dirigencia debiera salir ya a agradecer el voto de quienes sufragaron a favor de nuestra oferta legislativa y de nuestros candidatos. Y a reconocer lo que no hemos hecho y lo que hicimos mal, y pedir disculpas con humildad por ello. Y que estemos bien claros de que no va a estar fácil recuperar la confianza que nos perdieron quienes habitualmente votaban por el PAN.
Y volvió a ganar el abstencionismo en Coahuila.