El infausto populismo lópezobradorista
Esther Quintana.- Pero qué fijación tenemos los mexicanos que reproducimos una y otra vez un ciclo perverso. Los populismos son abundantes en México, los llevamos tatuados en la historia de este país, no se van, siempre regresan. Con Lázaro Cárdenas tuvimos el primero, y de “ay pa” delante como dice la canción. Los setentas con Luís Echeverría, José López Portillo, luego Salinas de Gortari con un neopopulismo. Por mencionar a algunos de sus más “preclaros” especímenes y recalamos con el de hoy, López Obrador. Los populismos hacen acto de presencia después de gobiernos mediocres, grises, y mire qué paradoja, los gobiernos grises aparecen en la escena después de gobiernos populistas. Pues estamos aviados.
El populismo prospera porque hay una sociedad que está harta de injusticias, de desigualdades, que no confía en sus gobernantes porque le han mentido hasta la ignominia. Y lo que esto genera es resentimiento, coraje, ira, hartazgo, y estando en ese impasse anímico el mensaje populista que promete transformaciones mágicas, paraísos terrenales, soluciones fáciles, cae en tierra fértil y germina. Convencen a la gente de que una vez llegados al gobierno, van a combatir a los malos, que se van a acabar corrupciones e impunidades, que ondeará la bandera de la justicia y que al fin el pueblo sabio tendrá verdaderos representantes. El populista promete lo que sea con tal de ganarse la anuencia de la población, y con la mano en la cintura, llegado el caso, no titubea en tomar medidas contrarias al estado de Derecho, con tal de mantenerse. ¿Qué no? Son maestros en justificarse “moralmente”. ¿Cómo explicó, verbi gratia, López Obrador el haber dejado libre al hijo del Chapo, el año pasado? Los populistas no son más que élites diferentes que acceden al poder con la ayuda de una fantasía colectiva, como afirma el politólogo alemán Jan-Werner Müller. Y pobre de aquel que ose criticar sus procederes, en automático lo convierten en enemigo público, aun y cuando sean organizaciones de la sociedad civil – sus integrantes no son parte del “pueblo sabio”- no se diga con periodistas que no les son proclives. Cuanto y cuantos no estén sumados a su proyecto, a su entender de nación, son traidores a la patria, conservadores, neoliberales… El populista por principio, divide. Lo estamos viendo todos los días en nuestro país. La diatriba lópezobradorista transita en ese sentido.
¿Qué nos pasa a los mexicanos? ¿Somos masoquistas? Este gobierno que hoy preside Andrés Manuel López Obrador, no es mejor que los anteriores. Lo corroen los mismos óxidos. Va para tres años, y por supuesto que no espera uno que en este período corrija los lastres que arrastra nuestro país, lo descorazonador es que ni siquiera hay visos de que eso vaya a ser posible. Su incapacidad como gobernante está a la vista. México no necesita caudillos, lo que demanda son estadistas, personas capaces de dialogar con todos los actores políticos, al margen de colores e ideologías partidistas. Como ejemplo, en los tres años de la Legislatura 64 que ya concluye, solo una vez se reunió con los coordinadores parlamentarios de las bancadas de oposición. Es un hombre que no dialoga, que no acuerda, que no escucha, que no busca mecanismos para llegar a consensos. Lo que criticaba del régimen de cerrazón del PRI lo sigue hoy a pie juntillas. Su política exterior es un desastre. No respeta la división de poderes, su injerencia es grosera en ámbitos que no le corresponden. La pobreza que juró iba a combatir, vea usted el informe del Coneval, publicado esta semana, va a la alza: entre 2018 y 2020, la población en situación de pobreza aumentó de 51. 9 millones a 55.7. Y la que vive en pobreza extrema pasó de 8.7 millones a 10.8. Aumentó también el rezago educativo y el acceso a alimentación nutritiva y de calidad. Y creció en 12 puntos porcentuales la carencia a servicios de salud. Y si nos vamos a los renglones de inseguridad, pues estamos viendo el retorno a la ley de la selva. Ahora matan gente a plena luz del día en la calle o en su casa. La delincuencia organizada les está ganando la partida a las autoridades. México necesita fortalecer su democracia, no alimentar una dictadura populista. Este país está enfermo de paternalismo gubernamental, de corporativismo, de exclusión institucionalizada. Necesitamos un gobierno que esté dispuesto a ser evaluado, a rendir cuentas de su actuación, no uno que está empeñado en desaparecer contrapesos institucionales. Queremos un Poder Ejecutivo que gobierne y administre, nada más. Esas son las tareas que le dio el Poder Constituyente expresamente. Y el titular en turno está haciendo todo lo contrario.