El largo camino hacia la paridad en México; ahora nos toca a nosotras
Esther Quintana.- Hubo tiempos en nuestro País en que la mujer sólo era considerada para cumplir dos deberes intrínsecos a su naturaleza, determinados así por costumbre, por tradición, porque así se usaba desde tiempos inmemoriales: para tener hijos y para estar en su casa. Los léperos decían de otro modo: “pal petate y pal metate”. Nuestras antepasadas de principios del siglo 20 lo vivieron en carne propia, eran poco menos que el 0.000000 a la izquierda. De modo que pensar siquiera que pudieran participar en la vida pública, era un sueño guajiro. No obstante, desde finales del siglo 19, da cuenta la historia de demandas de algunas mujeres para acceder a la educación superior, al trabajo y por supuesto a la participación política con los mismos derechos que los hombres. Pesaba la idiosincrasia de la época, por siglos la mujer había sido considerada como inferior al hombre, incapaz intelectualmente de equipararse a aquel. Como lo destaqué al principio del párrafo, tan sólo la estimaban útil para las labores del hogar, a más de que era ninguneada, insultada y hasta echada a un lado para tomar decisiones de su propia vida, primero por el padre y hasta por los hermanos y luego por el marido. Incluso para heredar bienes tenía que contar con la autorización del esposo si era casada, y esto perduró por varias décadas del siglo pasado.
Ayer se conmemoró el 65 aniversario del voto a las mujeres en México. Y no fue fácil arribar a ese 3 de julio de 1955. La exclusión de las mujeres de la política, si hoy todavía no está al 100 por ciento, en aquellos días ni soñando. El hombre fungía como el centro del universo, el pater familia sobre quien recaían todas las funciones cívicas, por supuesto la del sufragio, y a la mujer se le destinaba a “ser esposa y madre virtuosa de los hijos de la República”. El Código Civil de 1884 establecía que estaba subordinada al varón, con cero autonomías. Afortunadamente hubo algunas mujeres que no aceptaron semejante condición y así inicia la lucha para ser reconocidas como ciudadanas. En 1884 empieza el movimiento. Hubo mujeres clave para ello, como la periodista nacida en Taxco, Guerrero, Laureana Wright González, que en sus publicaciones “Violetas del Anáhuac” e “Hijas del Anáhuac” puso por escrito esta demanda.
En 1910 surge el frente femenil antirreeleccionista: “Las Hijas de Cuauhtémoc” que se vinculaban a Francisco I. Madero. Lo apoyaron para llegar a la presidencia y demandaban que se les otorgara el sufragio. No prosperó. En la Constitución Política de 1917 también fue ignorada su inclusión. En 1923 se convocó el Primer Congreso Feminista en la Ciudad de México, con 100 delegadas, gracias a la presión que se hizo desde ahí se reconoció el voto para la mujer, fue San Luis Potosí el estado pionero. Se publicó un decreto que otorgaba a las ciudadanas de esa entidad el derecho a votar y ser electas en los comicios locales. En Yucatán, Elvia Carrillo Puerto, “La Monja Roja”, fue la primera mujer mexicana elegida como diputada al Congreso Local por el V Distrito, el 18 de noviembre de ese mismo año, pero tuvo que renunciar porque fue víctima de amenazas, se trasladó a San Luis Potosí donde nuevamente resultó electa, pero el Colegio Electoral no reconoció su triunfo. El 6 de abril de 1952, 20 mil mujeres se congregaron en el parque 18 de Marzo de la Ciudad de México exigiendo el derecho a que las mexicanas votaran y tuvieran la opción de ser votadas. Finalmente el 17 de octubre de 1953, el presidente Adolfo Ruiz Cortines promulgó las reformas constitucionales que otorgaron el voto a las mujeres en el ámbito federal. Y fue el 3 de julio de 1955 que las mujeres mexicanas, en las elecciones de diputados federales, ejercieron su derecho constitucional.
La paridad aún no se alcanza. Hoy en el Senado de la República sólo hay un 33 por ciento de mujeres y en la Cámara de Diputados un 37. Todavía hay participación limitada en el ámbito local. Y en el Poder Ejecutivo tampoco hemos llegado. Nunca una presidenta de la República. Sólo 545 alcaldías de 2 mil 400 son gobernadas por una mujer. Sólo siete mujeres han sido gobernadoras, contando hoy a Sheinbaum y a Pavlovich. Serían ocho, pero Martha Erika Alonso falleció. En las elecciones del 2018 el voto femenino fue mayor que el masculino, 62.3 por ciento ellos y nosotras 66.2 por ciento. El abstencionismo de los varones fue mayor. Las edades de las mujeres que más votan están entre los 29 y los 59 años, sobre todo en las áreas urbanas.
¿Qué estamos esperando? Somos talentosas, capaces, valientes, creativas e inteligentes. Nuestro liderazgo es diferente al de los varones y es el que se requiere en este siglo 21. Aprendamos a darnos la mano, a caminar juntas, a ser una sola en determinación y objetivos. México nos necesita a todas, sin antagonismos, con alma grande, en armonía. Las mujeres de ayer ya hicieron su parte, ahora nos toca a nosotras.