El mal del presidente
Por Alejandro Díaz.- La noticia del contagio con COVID-19 del presidente corrió como llamas sobre la pradera. En pocos minutos el planeta entero supo que se internó en un hospital para ser atendido. Con más de 35 millones de contagios en todo el mundo eran altas las posibilidades de que también alcanzara a quien se dice es el hombre más poderoso del mundo. Muchos líderes de países también lo han sido pues sus actividades implican contactos personales y por tanto un aumento de posibilidades de resultar afectados.
Al igual que Donald Trump (EUA), Jaír Bolsonaro (Brasil) y Boris Johnson (Gran Bretaña) se contagiaron aparentemente sin mayores consecuencias. Como ninguno de los tres guardó siempre la sana distancia y pocas veces usaron tapabocas, las probabilidades de contagio fueron más altas que las de la mayoría de la población. Por sentirse superiores, y creer que su investidura también protegería su salud, no se cuidaron ellos mismos y a su entorno sabiendo que tenían al cuerpo médico a su disposición.
El espíritu inquieto de Trump lo hizo salir anticipadamente del hospital antes de que tuviera el tratamiento completo. Se puede entender que quiera continuar despachando en la Casa Blanca y que no va a dejarle el camino abierto a su contrincante demócrata aunque al tiempo de verse tenaz se muestra imprudente y poco respetuoso de los demás, pues se mostró sin tapabocas a pesar de ser portador del virus.
A pesar del elevado número de casos nadie conoce aún con exactitud cómo se desarrolla el virus del COVID-19 en cada individuo. Hay quien sucumbe de inmediato y hay quien sólo padece dolores de cabeza o la pérdida del olfato. La capacidad de supervivencia es distinta en cada individuo y Trump ha dicho -y quiere probarlo- que podrá superar sin riesgo el contagio.
Es posible que tenga razón, pero ¿Y si se agrava su enfermedad? Si bien no hay problema constitucional si fallece o queda inhabilitado por largo tiempo pues el vicepresidente asumiría el cargo, la elección pudiera verse complicada. El Partido Republicano tendría que decidir sustituirlo si la ausencia fuera definitiva, pero por ello tendrá un mes difícil debatiendo si lo conserva como candidato o si busca uno nuevo.
Por otro lado, no es de dudarse que Trump aproveche su estancia en el hospital para hacerse la víctima (o el héroe por llegar a superar su mal) y con ello ganarse el aprecio de sus conciudadanos. En estos momentos las encuestas dicen que el Partido Demócrata ganaría por más de 10 puntos pero son una incógnita las reacciones a las declaraciones de un populista que es capaz de todo con tal de ganar la elección.
México no está en esa disyuntiva. Nuestra constitución no prevé claramente quien sucedería al presidente si llegara a faltar, excepto si su ausencia se da en los dos primeros años de gobierno en que se convocaría a elecciones. Después del fin del segundo año de gobierno su reemplazo lo definiría el Congreso (Art. 82).
Pero si el partido gobernante en México está fraccionado para elegir a su dirigente partidista, estaría aún más dividido para nombrar un presidente sustituto. Aunque hay gran inconformidad con muchos actos del actual presidente, pocos se animarán a elucubrar lo que sucedería si llega a faltar éste después del primer día de diciembre. Sería un gran alivio que antes de esa fecha el propio presidente convocara a elecciones.
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