EL MAL Por Pedro Miguel Funes Díaz

Nos impresionan notablemente ciertas acciones o sus efectos por el grado de maldad que implican, como es el caso de los descubrimientos en Teuchitlán, que en estos días han sido noticia importante no solamente en nuestro país, sino en el mundo. Nos impresionan, normalmente y cuando les ponemos atención, los genocidios, los secuestros, los hechos bélicos y muchas otras formas de destrucción de las personas. Pero tenemos que preguntarnos qué es el mal, como se caracterizan estas acciones y estos efectos y cómo es que los seres humanos podemos llegar a realizarlos.
Llamamos mal, por una parte, a la enfermedad, a la miseria, a los accidentes y a las catástrofes naturales. Todo ello implica una contraparte de bien a la que hacen referencia, como la salud, los bienes que se pueden poseer, la seguridad… Lo que realmente tiene consistencia como entidad son cosas que en principio son buenas y es su ausencia la que nos hace hablar de un mal. Sin embargo, también llamamos malas a otras cosas, como el robo o el homicidio, o a los medios para llevarlos a cabo, que implican igualmente la ausencia de un bien, pero que, sobre todo, manifiestan la ausencia de justicia entre los seres humanos.
La acción humana que podemos calificar de mala se distingue de los males que sobrevienen por la limitación natural debido a que en ella juega un factor esencial la libertad. El que actúa mal consciente y voluntariamente es responsable de su acción. El que obra mal busca, sin embargo, siempre algo que le parece bueno y deja de ver el conjunto de los bienes en los que la acción mala manifestaría su desorden y su injusticia. El que roba, por ejemplo, busca bienes para sí mismo, pero cierra su conciencia a la consideración del bien de su prójimo.
“El mal supone el no reconocimiento de la dignidad humana del otro y, finalmente en sus consecuencias, el desconocimiento incluso de la propia dignidad”
El mal supone el no reconocimiento de la dignidad humana del otro y, finalmente en sus consecuencias, el desconocimiento incluso de la propia dignidad. Lógicamente esto se da en grados diversos. ¿Hasta dónde puede llegar la falta de reconocimiento de la dignidad de nuestros semejantes? La historia y nuestro presente nos lo hacen ver con una fuerza abrumadora, diría diabólica, en los genocidios, el terrorismo, la tortura, y cosas semejantes.
Los cristianos llamamos pecado a estos males que surgen del corazón humano, pero tenemos la esperanza, en Cristo, de que pueden vencerse. No existe una propuesta mágica, como para que el mal desaparezca absolutamente el día de mañana. Lo que sabemos es que siempre existe la posibilidad de la conversión, como nos lo recuerda la cuaresma.
Link a la publicación original en Milenio, Estado de México.