El PRIAN
Juan José Rodríguez Prats.- La contienda política en México escasamente ha sido por principios, con excepción de algunos destellos en defensa de causas justas. Ha sido una lucha por el poder que en ocasiones desembocó en guerras civiles. Por eso, Rodolfo Usigli expresa que “la mayor aproximación al verdadero mexicano es el político porque posee por igual el sentido de la creación y el sentido de la destrucción y los dos libran batallas increíbles en su ánimo”.
Un periodo fecundo de cambios se dio en lo que despectivamente se ha denominado el PRIAN; esto es, el acuerdo en un largo periodo del siglo XX para hacer las reformas que el país requería. Desde luego, hubo también grandes desavenencias. Apelemos a la historia que, como bien escribe José Ortega y Gasset, “…tiene que dejar de ser una exposición de momias y convertirse en lo que verdaderamente es: entusiasta ensayo de resurrección”.
Relata Enrique Krauze que en 1915 se inició una amistad entre Vicente Lombardo Toledano y Manuel Gómez Morin y que “Lombardo tenía, al igual que Gómez Morin, un propósito de racionalizar la revolución, aunque desembocaba, no en propuestas y técnica social como aquél, sino en prédicas y augurios”. He ahí un remotísimo dilema.
Luis González y González describe así esa generación: “En la nueva minoría sobresalen los hombres de índole sanguínea: laboriosos, prácticos, extrovertidos, deportivos, conciliadores vanidosos y filósofos. Sus odios rara vez llegan a la aniquilación del enemigo. Es gente juiciosa por haber visto cosas muy duras en nuestras revoluciones, la improvisación en la vida pública, el conocimiento superficial de las relaciones de México, la poca consistencia de los propósitos y los métodos de salvación pública, y ningún interés en los últimos gritos de la técnica”.
Hay dos debates de una gran actualidad. Uno, entre José Vasconcelos y Gómez Morín en 1928. Escribe al respecto Hugo Pineda: “Vasconcelos carecía de flexibilidad política queriendo siempre imponer su voluntad ante todo”. El segundo, por el contrario, no desistiría, pues llevaba clavada la espina de formar un partido político. Al paso de los años alcanzaría su propósito.
El otro debate fue entre el presidente Lázaro Cárdenas y de nuevo Gómez Morin, entonces dirigente del PAN. No he encontrado textos tan vigentes al paso de los años como los discursos de Cárdenas el 20 de febrero de 1940 y la respuesta de Gómez Morin el 28 del mismo mes. Ahí están el proyecto del nacionalismo revolucionario y las ideas de la Ilustración inspiradoras del pensamiento liberal.
El fundador del PAN fue congruente. Desde el gobierno de Calles, colaboró, como lo relata Krauze, en la creación de instituciones. Apostó por el Estado de derecho, la participación electoral, la vigorización de la división de Poderes, la economía de mercado, la apertura económica, entre muchas otras propuestas. Fueron puntos de convergencia con el partido en el poder mediante un constante diálogo y que se concretaron en las políticas que han funcionado en México, y que nos dan un respiro en la situación actual. Se acató el principio de la preeminencia del interés nacional. Por cierto, la llamada izquierda, que teóricamente impulsa el cambio, se opuso a todas las reformas que hoy, incluso, presume que son de su autoría.
Tendríamos mucho qué decir del siglo XX y sus grandes personajes. Al PRI y al PAN se les ha juzgado con severo rigor y sería indefendible negar grandes desviaciones. Pero si hoy me preguntan a quiénes acudir para orientarnos en estos tiempos, sugeriría a Jesús Reyes Heroles y a Gómez Morín. Entre ellos hay sorprendentes concordancias.
En su última entrevista en 1970, don Manuel expresó: “México necesita una revolución real, estructural (…) Esto implica una profunda cuestión de orden moral perdida de vista en medio de una larga, muy larga simulación”.