EL PRINCIPIO DEL FIN. Por Humberto Aguilar Coronado
Estamos ante la presencia de los estertores de un régimen que, encaminado a la destrucción, se mira destruyéndose a sí mismo.
Las intenciones y deseos del Presidente López Obrador son destruir todo lo que se haya interpuesto en su obsesiva ambición de ostentar el máximo poder del país.
Eliminó la Casa de Los Pinos, el Estado Mayor y el avión presidencial, que le permitieron hacer de ello un grotesco espectáculo, pero también se deshizo de una enorme cantidad de organismos e instituciones que trabajaban para la sociedad a través de estructuras subsidiarias del gobierno, como el INDESOL, el INEE, ProMéxico y otras 70 más.
Fondos, fideicomisos y demás figuras económicas que daban sustento a actividades diversas desaparecieron, sin enterar el destino de los dineros.
Los intentos por acabar con el INE, el INAI y el Poder Judicial, han logrado socavar sus actuares, normalizando irregularidades y dejando cientos de expedientes sin concluir a causa de la disminución de recursos o por la excesiva presión desde el Palacio Nacional.
Con un par de frases, se visualiza la autosentida destrucción de la cuarta transformación: la primera, la que el presidente, en el supuesto uso de sus facultades mentales, expresa que en el país ya hay menos violencia, aunque se hayan incrementado los homicidios.
¿Cómo? ¿Acaso después de los abrazos ahora el crimen mata a besos? ¿No es inherente la violencia a la acción de quitarle la vida a alguien? Hay que estar muy obnubilado para tratar de establecer algo positivo en esa afirmación.
La otra es la que la candidata oficialista se atrevió a manifestar, al decir que su triunfo es tan natural que la elección del 2 de junio será un “mero trámite”, rebajando al INE y al trabajo y la dedicación de millones de mexicanos como meros sirvientes del régimen que busca “la continuidad”.