El proceso electoral de 2018 dejó tras de sí a un panismo herido y enconado consigo mismo: Carlos Castillo
Redacción.- Carlos Castillo, Director de la Revista Bien Común en la Fundación Rafael Preciado publicó en la revista Mexican Times un interesante artículo titulado “PAN: La lenta sangría de la cerrazón”.
En ésta nota el autor aborda de inicio el tema de la reconciliación con una perspectiva amplia. Castillo habla de la necesidad que se tiene en el PAN de “reconciliar al partido con sus valores y sus principios democráticos, con la ciudadanía, con una agenda cercana a las necesidades más sentidas de la sociedad, pero sobre todo reconciliación con su propia militancia”, luego de la derrota del 1 de julio 2018.
Menciona también que el proceso electoral dejó un panismo herido y enconado consigo mismo. Y para explicar esto enumera varios factores que produjeron eso: “dirigentes que dieron la espalda a militantes, militantes que ante el maltrato eligieron hacerse a un lado (o de plano proseguir su carrera en otra fuerza política), designaciones y cesión de candidaturas que, como en toda coalición, sacrifican a los propios para construir acuerdos a través de la suma de externos”.
“Este enojo y esta molestia deben entenderse en sus razones más profundas”-afirma Carlos Castillo- y a continuación agrega:”imagine que usted trabaja durante años por un espacio que de pronto alguien más decide entregar a quien ha sido su rival político por años, en un acuerdo cupular del que usted no fue parte o que fue obligado a aceptar luego de negociaciones en las que usted no fue incluido”.
A continuación dejamos el texto íntegro de este artículo, para que ud. amable lector saque sus propias conclusiones.
Si en algo coinciden buena parte de los análisis acerca de la derrota del PAN es en la necesidad de una reconciliación: reconciliar al partido con sus valores y sus principios democráticos, con la ciudadanía, con una agenda cercana a las necesidades más sentidas de la sociedad, pero sobre todo reconciliación con su propia militancia.
El proceso electoral de 2018 dejó tras de sí a un panismo herido y enconado consigo mismo: dirigentes que dieron la espalda a militantes, militantes que ante el maltrato eligieron hacerse a un lado (o de plano proseguir su carrera en otra fuerza política), designaciones y cesión de candidaturas que, como en toda coalición, sacrifican a los propios para construir acuerdos a través de la suma de externos.
Este enojo y esta molestia deben entenderse en sus razones más profundas: imagine que usted trabaja durante años por un espacio que de pronto alguien más decide entregar a quien ha sido su rival político por años, en un acuerdo cupular del que usted no fue parte o que fue obligado a aceptar luego de negociaciones en las que usted no fue incluido.
O que, de igual modo, usted ha trabajado años por obtener un sitio en la dirigencia local del partido y a causa un diseño institucional que permite a quien triunfa hacerse de todos los espacios en los comités, queda relegado una y otra vez porque quien obtiene el poder no tiene incentivos ni está obligado a sumar a perdedores, anulando así la pluralidad en la integración partidista.
Tras la derrota histórica del pasado 1 de julio, además, y con la considerable reducción de diputaciones federales y locales, así como de senadurías, esos espacios de por sí cooptados por un solo grupo se reducen otro tanto, lo que lleva a una cerrazón natural de quien está instalado en el poder: menos que repartir no es incentivo tampoco para sumar nuevas voces sino, por el contrario, lleva a una mayor cerrazón para garantizar mayor control y menos competencia.
En resumen, la situación actual del PAN no parece la idónea para abrir el partido, ya no se diga a la ciudadanía –cosa de sumo necesaria– sino a sus propios militantes.
Y este hecho es el que, en el pasado, llevó a que en estados donde Acción Nacional fue primera fuerza por años se perdieran poco a poco elecciones, en una ecuación simple pero que, hasta el día de hoy, no termina de entenderse: derrota = cerrazón = nueva derrota = nueva cerrazón… y así, hasta casos como el de Jalisco, donde el partido pasó de ser bastión a una fuerza política meramente testimonial.
Cerrarse a la ciudadanía y marginar a su militancia ha sido la lenta ruta que siguió el PAN para no llegar hoy ni a 25 por cineto de la preferencia electoral y un compromiso real y sincero con la apertura es hoy decisivo para salvar lo que queda y evitar que continúe esa dolorosa sangría.
Compromiso con quienes por una u otra razón se alejaron y a quienes hoy necesita Acción Nacional, porque ya no puede seguir dándose el lujo de prescindir de sus cuadros, de sus líderes, de sus dirigentes, de sus militantes de a pie, de todo aquel que tomó distancia frente a quienes se instalaron y encerraron en muros infranqueables.
Compromiso que devuelva derechos políticos a quienes fueron expulsados, que llame de vuelta a quienes renunciaron, que tienda puentes hacia quienes fueron ninguneados o maltratados, que asuma con humildad y altura de miras que siempre será mejor lidiar con la suma que vanagloriarse de una resta.
Compromiso para que esa reconciliación comience por aquellos que perpetraron los agravios, en el entendido de que culpa e inocencia no son absolutos sino que cada cual carga un grado de una y otra, y que en la vía de construir una unidad real hace falta tender la mano y tomar la mano que se tiende.
Compromiso que, en resumen, sume a cada militante desde su humana y personal dignidad, de manera solidaria, entendiendo que hoy se requiere del esfuerzo subsidiario de militantes y sociedad civil para construir ese bien común, ese bien público que ha sido el PAN para México: eso es humanismo asumido y vivido con plenitud.
El camino contrario, insisto, nos ha llevado a donde estamos.