EN EL FILO DE LA NAVAJA
Por Alejandro Díaz .- Las ciudades de Lima y México han recorrido caminos paralelos por casi cinco siglos. Fueron las capitales de los imperios precolombinos y de los virreinatos más importantes de América. Por cientos de años hemos visto cómo se concentraba el poder, se armaban ejércitos, se fomentaba la educación y se ordenaron construir edificios y calzadas. Ambas ciudades han destacado en los siglos recientes por su belleza y grandiosidad, por las artes y las habilidades culinarias de sus habitantes.
Ahora resulta que los hermanos peruanos han electo como titular del Poder Ejecutivo a un político controversial que en cierta forma recuerda a quien en estos momentos dice dirigir a nuestro país. El mexicano, envía sus directrices diariamente a través de conferencias de prensa que más parecen espectáculos de carpa y frecuentemente no logra los objetivos que anuncia pero sí mantiene la atención de sus seguidores. Por su parte, el peruano ha logrado mantener en suspenso al país con sus decisiones.
Pedro Castillo es un político poco convencional. De origen campesino, se esforzó para convertirse en docente, llegando a ser líder sindical. Destacó en la huelga magisterial de 2017 que polarizó Perú. A pesar de que la huelga sólo obtuvo resultados parciales sí logró una mejora salarial, lo que lo proyectó a nivel nacional. En las elecciones generales de abril fue el candidato más votado, pero apenas con 18.9 % por lo que -junto con el segundo lugar, Keiko Fujimori- debieron participar en una segunda vuelta a principios de julio. Las elecciones presidenciales se ganan con más de la mitad de los votos, así que ambos candidatos debían atraer a buena parte del 60% de los electores que no habían votado por ninguno de ellos.
La contienda electoral de la segunda vuelta fue una lucha por ganar el centro del espectro político. La candidata de la derecha cedió en muchas de sus pretensiones acercándose al centro político, como también tuvo que hacerlo Castillo. Ambos asumieron posiciones moderadas buscando ganarse la voluntad de una mayoría de votantes. Y lo lograron, partiendo la votación al 50% para cada uno. Casi empatados.
Después de varias semanas de una espera agónica en la que siempre estuvo arriba el candidato de Perú Libre, el Tribunal Electoral confirmó su victoria. Con el triunfo en la mano, el candidato integró su gabinete con las personas más capaces que le habían apoyado, unas de su partido y otras de la izquierda moderada.
La sorpresa vino cuando se conoció el nombre de su propuesta de Primer Ministro, puesto clave en el gobierno peruano que supervisa la acción de los Ministros encargados de las distintas Secretarias que conforman el gobierno. El propuesto era prácticamente un desconocido. Guido Bellido provenía de las filas de Perú Libre, nunca había destacado en sus estudios, en responsabilidades o en oratoria. La prensa peruana que nunca quiso a Castillo pronto averiguó que Bellido había dejado huella negando que Cuba sea una dictadura y que Sendero Luminoso sea terrorista.
La reacción de la sociedad al nombramiento fue de temor pues nunca supusieron el nombramiento de un extremista en puesto tan delicado, pero la verdadera confrontación salió del propio gabinete. Los elementos moderados que lo ayudaron a ganar en la segunda vuelta amenazaron con no aceptar sus puestos en Economía y Justicia, lo que fracturaría al nuevo gobierno.
En cuestión de horas, y después de arduas negociaciones, Castillo y Bellido se comprometieron con “la política económica de estabilidad, la democracia, la gobernabilidad y los derechos humanos”, cerrando el primer capítulo de un gobierno que seguro dará mucho de que hablar.