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¡Es la economía, estúpido!

Por Alejandro Díaz.- Esta frase se volvió famosa en la primera campaña de Bill Clinton a la Casa Blanca. Sugerida por el creativo encargado de la publicidad de la campaña presidencial, tuvo tanto éxito que llegó al mundo entero y trasscendió campañas y países. Una frase sugerida cuando el adversario era nada menos que el poderoso Presidente Bush (padre) quien gozaba de amplio prestigio por sus logros internacionales. Antes de la elección gozaba un 80 % de aceptación; su reelección parecía imparable.

Pero era un gigante de pies de barro pues la economía de su país sufría a pesar de los éxitos militares y diplomáticos. El Presidente George Bush creía que con la victoria militar en Iraq, el desplome de la Unión Soviética y el haber ganado la Guerra Fría bastaba para asegurarse el aprecio, y el voto, de sus conciudadanos.

Pero Bush no tomaba en cuenta que las familias sufrían para llegar a fin de mes y con un desempleo inusualmente alto carecían de servicios de salud que estuvieran al alcance de la mayoría. El país más rico del planeta compartía los problemas de países en desarrollo: profundas diferencias en el ingreso personal y una población significativa en pobreza. Nunca entendió las implicaciones que sus políticas sobre la vida de la población, nunca le importó su impacto en la economía.

La conclusión de esa campaña es de todos conocida: quien creía ser un estadista imparable sucumbió ante un exgobernador medio desconocido cuyo principal tema de campaña fue precisamente mejorar la economía. Lo notable es que promovió la mejora de la economía nacional a través de mejorar la de sus conciudadanos, sin esperar a que los beneficios les llegaran como migajas desde arriba. Clinton ganó arrolladoramente y tuvo un brillante desempeño como Presidente, con miles de millones de dólares de superávit y logró ser reelecto, terminando con una aprobación del 76 % y, sobre todo, mejorando notablemente la economía de su país.

La economía es una ciencia que requiere ser estudiada para aplicarla pues tiene una enorme trascendencia en la vida de las personas. No es sólo saber sobre inflación y tipo de cambio, de oferta y demanda, de creación de empleos o de crecimiento, sino principalmente sobre las consecuencias que las acciones de gobierno tienen en la vida diaria de millones de personas. Entre otras cosas, la falta de confianza inhibe a los emprendedores para que inviertan y con ello ayuden a crear empleos.

Sin intentar aplicar el calificativo de la famosa frase a ninguno de los responsables encargados de nuestra economía nacional, sí menciono que ni una alta aprobación popular ni un gran prestigio en muchos campos es garantía de supervivencia política. Ya lo vimos en el caso de George Bush.

Desdeñar el Estado de Derecho, descuidar la confianza de inversionistas y la creación de empleos, inhibir la inversión pública e ignorar el fomento de la producción de alimentos es atentar contra las bases mismas de la economía. Si para inhibir la corrupción detiene el gasto público, no sólo no ayuda al Sureste ni a los pueblos indígenas, tampoco reduce la desigualdad. Al menos, con todos los recursos que dicen haber ahorrado podrían haber ya iniciado al menos un pago adicional a quienes imparten educación a los poblados más remotos para que enseñen todos los días hábiles y no sólo tres días de cada semana.

Urge alzar la voz para desnudar al rey que no quiere ver que su economía está equivocada y atenta al bienestar de las familias mexicanas.

daaiadpd@hotmail.com