ESPERANZA EN AGUAS TURBULENTAS Por René Mondragón
ES DIFÍCIL
Parece un contrasentido hablar de “tener Esperanza”, cuando todo es adverso; cuando en el país, las cifras de violencia, los números derivados de los homicidios, los actos terroristas –reconocidos o no por la autoridad federal- cada día son más salvajes y crueles; la absoluta indolencia frente a los muchos miles de bebés asesinados en el vientre de sus madres; y a ello, agréguese la información sobre continuos y recién descubiertos actos de corrupción, así, es difícil confiar en sacar a flote algo de esperanza.
TRES ACTITUDES
En opinión del escribano, pueden apreciarse tres modelos de actitud ante el concepto y la premisa de “tener esperanza” Una primera, costumbrista y muy auspiciada, es “la esperanza fallida”
Ese primer modelo, en opinión personal, ni siquiera alcanza la categoría de los “valores”, porque evidentemente, se encierra en un sistema de creencias individuales o colectivas que permanentemente “esperan” a que las cosas cambien o que, en su caso, algún ser dotado de súper poderes, se aparezca de repente y lo resuelva todo para que todos estén contentos. Se trata de un modelo de actitud solo existente en las tiras cómicas.
Es esa forma de ver y de actuar de un persona o un grupo determinado, que solo ve pasar la historia frente al móvil o la pantalla, porque toda la vida aguarda impasible a que “Alexa” le dé las respuestas a todo…a cualquier cosa. Esta actitud sobrevive, porque “confía” en un factor exterior a su persona y su vida para lograr algo.
Los especialistas (1) destacan que hay tres pasos fundamentales para tener éxito: Primero, es necesario Creer para Lograr, pero en el medio existe una acción fundamental, “Querer” En este modelo inicial, la persona o los grupos sociales Creen, pero no quieren actuar… “el milagro llegará algún día. Tienen fe, pero la fe, no basta dice el texto sagrado, actuar resulta fundamental para que las cosas cambien, para bien.
En un segundo modelo de actitudes, se encuentran aquellas personas que endosan sus responsabilidades a otros, para que los otros –porque tienen mejores recursos, mayor capacidad de actuación- cumplan “con la obligación de “ayudar” a los que meonos tienen.
A este segundo modelo de comportamiento pertenecen aquellos que tienen una especie de “esperanza quimérica” o una “entelequia fantasmagórica”
La actitud no es nueva. San Pablo los ubica como aquel grupo de primeros cristianos que sostenían que ellos se dedicarían rezar esperando la parusía –o segunda venida de Cristo- y como asumían el trabajo contemplativo, el resto de la comunidad estaba en la obligación de sostenerlos, de darles casa, vestido y sustento permanentemente, como si fuera un especie de lo que hoy se denomina n “-programas sociales”
Por ello, cuando el hombre de Tarso se entera de esos comportamientos, surge la Carta a los Tesalonicenses 3:10-15, en donde surge un regaño formal y duro: Porque también cuando estábamos con vosotros, os ordenábamos esto: Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma. Porque oímos que algunos de entre vosotros andan desordenadamente, no trabajando en nada, sino entremetiéndose en lo ajeno. Lo cómodo era endosar responsabilidades “en nombre del Señor” esperando que los demás hicieran algo en su favor. Esa esperanza tampoco es virtud.
EL VERDADERO MODELO EN SS FRANCISCO
Es fascinante bucear en la perspectiva que sobre la Esperanza-Virtud plantea el Papa Bergoglio. El pontífice refiere: “…es la virtud que permite caminar en la luz a pesar de la oscuridad de un futuro incierto”
Conceptualmente es genial, porque como ´´el mismo lo señala –palabras más, palabras menos- ese modelo de Esperanza genera fuerza para vivir y a la vez, protege del desaliento, que es precisamente lo que encadena a la persona al pesimismo y a la derrota.
Cuando se siembra Esperanza en el corazón humano, se desarrolla una capa protectora para los momentos de crisis y pruebas, porque es una valioso detonador de la oración. De ese tipo de plegarias donde el pecador guarda silencio total para dejar que Dios hable en un momento determinado. Fruto de ello mismo es el cambio de actitud derrotista y derrotada, por momentos de alegría y valor indomables.
Por eso, la Esperanza-Virtud impulsa el coraje y la pasión, la fortaleza interior y una voluntad inquebrantable, para “buscar siempre, ir más allá”, para ir en pos de los “Aretés”, de la Excelencia en la vigente concepción de aquel principio de los griegos.
EL ANCLAJE
Por ello mismo, en los momentos de crisis –peligro y oportunidad- en los tiempos de incertidumbre como los que se viven en el país; en aquellos instantes en que podemos parafrasear a Serrat y decir: “Cuando tan solo nos queda rezar” resulta tremendamente valioso recordar que la Esperanza se ancla y nos hace anclar en la certeza de que Dios sabe convertir todo en bien como señala SS Francisco.
Por lo mismo, no es actitud de la hombría de bien y la nobleza de alma, dejarse derrotar por las nostalgias que llevan a pensar en que la felicidad ha sido enterrada para siempre.
El buen Líder –porque hay bastante malos- por eso es capaz, siempre, de esperar lo mejor.