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Está engordando el paquidermo y puede aplastarnos…

Esther Quintana.- Pareciera… y utilizo este concepto porque me niego a aceptar que somos una calamidad como sociedad… pareciera que hemos perdido el rumbo como individuos y por ende, como parte sustantiva de la colectividad a la que pertenecemos. No somos lobos esteparios, no somos bestias, ni dioses, somos simples mortales de carne y hueso, de modo que vivir en comunidad es intrínseco a nuestra naturaleza política.

Sí, somos entes políticos naturales, fuimos diseñados para ser continente, no ínsulas. Somos personas con dignidad. La dignidad indica el respeto y la estima que todos los seres humanos merecemos. En el preámbulo de La Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 se habla de la “dignidad intrínseca (…) de todos los miembros de la familia humana”, y en su artículo 1º se establece que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. Entendida así, la dignidad es innata, positiva y fomenta la sensación de plenitud y satisfacción, reforzando la personalidad. Y todo esto que se expresa tan bien en los conceptos, al trasladarlo a la realidad en la que discurre nuestra vida, se colapsa, porque entre lo dicho y lo hecho hay una distancia inmensa.

No hay día de Dios que no nos enteremos de cómo se pasa por encima de esa dignidad y se pisotea sin nada que se interponga. La violencia se ha elevado a niveles que debieran horrorizarnos hoy que se presume de tantos avances en la ciencia y la tecnología, pero en retroceso a cuanto se vincula con el trato que se supone debiéramos dispensarnos, acorde con nuestra dignidad de seres humanos. Los crímenes cada vez son más cruentos, acusan la pérdida del sentido de humanidad que se supone tenemos. La violencia corre como reguero de pólvora y explota aquí y acullá sin autoridad que la contenga.

Cuando el hombre decidió vivir bajo el imperio de la ley, porque ello significaba que pasaban al pretérito la de la selva y la del Talión, se dio un paso muy importante para la civilización. Se le delegó a los gobernantes la autoridad a cambio de que les garantizara la seguridad, porque sin seguridad no hay paz y si no hay paz no hay prosperidad ni bienestar para los gobernados. Ese fue el contrato social en su origen. Gobernar desde esta perspectiva implica cercanía con la gente, proximidad con la ciudadanía, diálogo con todos, porque eso genera conocimiento real del entorno en que ésta se mueve y entonces incidir en su vida para bien, deja de ser discurso hueco y germinan la confianza y la credibilidad, tan necesarias para el fortalecimiento de la institucionalidad.

Hoy estamos muy lejos de esa aspiración en nuestro país, y lo más triste y lamentable es que esa dignidad esencial que debiera hermanarnos se desdibuja en el marasmo al que nos han llevado los gobernantes por secula seculorum, y al que nos acostumbramos con una mansedumbre tan deleznable como el abuso del que hemos sido objeto.

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El régimen que hoy “lidera” Andrés Manuel López Obrador, no es mejor que lo que hemos tenido antes, es peor. Tenemos a un individuo obcecado, que se llena la boca de hablar de una transformación que solo existe en su imaginación. Que se aferra en enjuiciar el hoy con criterios de ayer. Las “reformas” que está mandando hacer a sus incondicionales del Poder Legislativo de la Unión, sólo quien no quiera verlas, porque las evidencias lo gritan, están acabando de reforzar al infausto presidencialismo del priato del que él proviene, y eso es igual a centralismo, a absolutismo, a autoritarismo, a control desde el Poder Ejecutivo, dictadura pues. Transformación habría si se fortaleciera la división de poderes, pero no hay tal, ahí está la SCJN, impuso a sus incondicionales.

Por otro lado, ahí tenemos a la Fiscalía General de la República que tiene de autónoma lo que yo tengo de físico matemática… nada. ¿Y qué me dice de la Unidad de Inteligencia Financiera? le dio facultades que no le corresponden, carta blanca para que persiga nomás por sospecha a quien se le atraviese. La farsa del desafuero que acaban de recetar los morenos y compinches en el Senado de la República. Su capricho, que dizque porque lo prometió en campaña, para enjuiciar a los expresidentes, aunque la Suprema le haya “matizado” la plana, va a costar billetes que podrían tener mejor destino, verbi gratia, atender la tragedia de Tabasco, provocada en mucho por su fanfarronería y sobre todo por su falta de conocimientos en la materia, entre otras barbaridades. Y apenas lleva dos años…

Su gobierno se está transformando en un paquidermo –con perdón de los paquidermos- obeso y ostentoso que va acabar aplastando al país. ¿Que no? Si no le ponemos freno el año próximo nos va a hacer papilla, y se la va a tragar encantado.