Estas ganas de llorar por México…
Esther Quintana.- Hace algunos días que me vengo sintiendo invadida por emociones, por imágenes, por horas vividas en otro tiempo, que se acompañan de retazos de sensaciones acrisoladas en momentos que no son los de hoy. Van instalándose no sé si en mi conciencia o en mi inconsciencia, pero ahí están con un dejo agridulce en la memoria. Es nostalgia… ese vocablo que se origina en la lengua griega, de “nostos”, que procede de “nesthai”– regreso, volver a casa– y de “algos” –sufrimiento. ¿Por qué tengo que volver la vista y los sentidos a un recorrido que ya pasó? Es estéril, pero es dulce recordar lo que quizá desde nuestra perspectiva fue mejor, o simplemente porque lo que hoy tenemos ni nos gusta, ni nos llena, y es una especie de permiso que nos inventamos para mirar atrás…
Mi madre cuando ya era mayor, atisbaba por esa ventana y me decía que había cosas que la habían hecho profundamente feliz, pero que existían otras, que le causaron quebranto y muchas lágrimas… ¿Y para que las traes de nuevo?, le preguntaba yo. Calándose las gafas y con una sonrisa de oreja a oreja me contestaba: “Para agradecerle a Dios que ya no existen… y que me ayudó a poder con ellas…”. Hay experiencias que nos calan hondo y que igual nos dieron alegría o pena, pero fueron tan significativas que es por ellas que volvemos la vista al pretérito. Y esto no significa, por lo menos para mí, que quiera que el tiempo vuelva. Pero recuerdo con cariño, con una inmensa ternura, días que llenaron mi vida entera de risas, de felicidad, de amor, de pasión… y no quiere decir que los de hoy sean grises, sino simplemente que la edad que hoy tengo me hace mirar las cosas de otra manera. Y deseo con todo el corazón poder integrar esa nostalgia, como parte de un tesoro, en honor de esos días que Dios me regaló para vivirlos a plenitud.
Y esto que acabo de expresar lo vínculo también a lo que siento por mi país, por este país tan amado, tan caro a mi corazón. Y miro con nostalgia, a lontananza, que el México en el que discurrieron mi infancia, mi adolescencia, mi juventud, tiene muy poco que ver con el hoy tengo por patria. Hay una suma de factores nefastos que han contribuido con largueza a la pulverización del lenguaje y los sentimientos en torno a la patria. El más despreciable es el maniqueísmo utilizado por políticos y gobernantes de la peor ralea para dividir a un país, tan cálido y generoso como el nuestro, en buenos y malos. Gobernantes que en lugar de fortalecer la integración de sus gobernados envenenan el manantial de la tolerancia, de la solidaridad entre personas nacidas en el mismo suelo, con todo lo que eso significa, costumbres, tradiciones, historia, idioma, creencias, y se empeñan en el separatismo que conllevan el odio y el desprecio que utilizan en sus expresiones de denostación y de burla para todo aquello o aquellos que no se les cuadre a lo que piensan y mandan que se haga. Da nauseas ver como enarbolan un populismo podrido de tan manoseado, en el que mezclan simbología y lenguaje patrióticos para manipular conciencias y voluntades. No puede ser bueno un gobierno –aunque haya sido electo democráticamente– cuyo titular se pasa por debajo de las extremidades inferiores la ley todos los días, y lo que es peor, que manda reformarla vía sus esbirros pagados con el dinero de los que agravia a mañana, tarde y noche, para hacerla a modo de sus caprichos y delirios de amo y señor de un país que pasó las de Caín para transitar de tres siglos de coloniaje, dictaduras, revolución en la que sólo se cambió de amo y todo el largo etcétera de vejaciones con la que le han envilecido la vida de generaciones completas de mexicanos… y volver a caer en el mismo estiércol… Carajo, ¿de qué estamos hechos? Necesitamos construir un país de instituciones, cuya fortaleza devenga de la justicia y del respeto irrestricto a la ley. El amor genuino hacia nuestro país debe estar basado en la libertad y la hermandad, debe de ser un amor que nos conduzca al conocimiento auténtico de lo que somos, de reconocernos como pueblo soberano que sí decide lo que quiere con conocimiento de causa, no con propaganda –repleta de mentiras– millonaria, pagada con dinero de nuestros impuestos, por un individuo que dice que ama mucho a México y lo joroba todos los días.
Por eso me dan ganas de llorar y lloro… ¿A usted no?