Hay cambios que debieran ser inaplazables
Esther Quintana.- El ejercicio del poder público tiene que repensarse, entenderse e implementarse acorde a las necesidades de la realidad de hoy. Las políticas públicas son un medio, no un fin, son una herramienta de la que deben valerse los gobernantes y administradores públicos para solucionar los problemas prioritarios de una nación, avanzando hacia la satisfacción de las necesidades de ésta, y con ello la aceptación, la recuperación de la confianza y el respeto de sus habitantes vendrán como consecuencia. El peor error de un Gobierno es gestionar sin diseñar previamente. El Estado es el responsable de esto y sobre todo de los resultados. Los populismos vengan de la derecha o de la izquierda arruinan cualquier acción de gobierno. Y esto es público y sabido.
La participación de la sociedad en los asuntos de la comunidad es requisito sine qua non porque es la destinataria directa de los yerros y los aciertos de las políticas públicas implementadas por el Estado. Su participación debe estar inmersa en todo el proceso –diagnóstico, ejecución, comunicación y evaluación. Esto es gobernar para y con el pueblo, cualquier otra cosa que se diga es verborrea. El estado debe asegurar la participación de los actores provenientes de los sectores hacia las que vayan dirigidas esas políticas. ¿Por qué? Pues porque son los que conocen la realidad que pretende transformarse. El Estado tiene la obligación de generar bienestar para todos, pero sin duda que el de los más desprotegidos debe de priorizarse, pero no como se ha hecho por décadas, es decir con el grosero reparto de dádivas y luego cobrárselas con lealtad “supina”, si no desarrollándoles conciencia de aspirar a la autosuficiencia, con un “te ayudo para que aprendas y no vuelvas a depender de nadie porque tú puedes valerte por ti mismo”.
En este país tenemos que aprender a votar con conocimiento de causa, con plena conciencia de que si no elegimos con la cabeza fría a nuestros gobernantes, no nos quejemos de los especímenes que llegan al cargo público a desgraciarnos la existencia. Si queremos tener representantes capaces y honestos, es indispensable que aprendamos a informarnos, a enterarnos de quien es quien, y a generar mecanismos legales para que el piso si esté parejo para todos los aspirantes, y no como lo que hemos tenido desde tiempo inmemoriales. ¿A qué me refiero? A las millonadas que se gastan en una elección para “comprar” voluntades y en las que no se castiga ni a compradores ni a vendedores. Eso se subsana combatiendo la pobreza con generación de empleos, con educación y con formación cívica. Dirán que es de largo plazo, pero si no empezamos desde ya, va a continuar prolongándose esta infausta condición de mirones de palo. Tenemos que presionar al Gobierno para que invierta de manera inteligente en educación. México no va a cambiar si no cambia la mentalidad de los mexicanos. Asimismo, hay que legislar para que se pague con cárcel no cumplir las promesas de campaña que hacen los candidatos. Y exhibir públicamente a los partidos políticos que los postulen, a más de recortarles de manera significativa el financiamiento público. Los gobiernos que son electos democráticamente pero incapaces de solventar los problemas del País deslegitiman la democracia. De modo que gobernar bien debe de convertirse en obligación. Y al que no dé el ancho, adiós. Otro vicio imperdonable es permitirle a los gobernantes que desechen lo que hicieron bien sus antecesores. Craso error es pretender partir de cero cuando si están funcionando las cosas. Lo que sí debiera ser obligación ineludible es la mejora continua. El avance debe ser progresivo, construir sobre lo construido y no destruir nomás porque la administración anterior era de otro color. Tenemos que atrevernos a exigir a nuestros representantes que siempre partan de un diagnóstico concienzudo para que sus decisiones no sean hijas de la improvisación. Nos cuesta muy cara. La productividad si es posible tenerla en el sector público, por eso hay que ejecutar lo planeado y controlar la ejecución. No dar nada por sentado. Y comunicar, siempre comunicar lo que se hace, con transparencia, sin demagogia. Tenemos que romper el paradigma de que la propaganda gubernamental sea para entronizar al representante en turno, esto prostituye la gestión, se pagan cantidades groseras para endiosar imágenes de quienes se alquilan para servirnos. Ya basta de semejante idolatría.