Integración latinoamericana ¿dónde he oído eso?
Salvador I. Reding Vidaña.- ¿Dónde y cuando escuché hablar de integración latinoamericana? Pues hace muchos años, desde que era estudiante del Tec de Monterrey, y muy probablemente desde antes, sin recordarlo. El tema es muy viejo, pero no ha pasado, para efectos reales, de declaraciones de estudiosos, políticos y periodistas. Y también en el medio religioso se ha escuchado, claro, y ha caído en oídos sordos. Pero la crisis de la pandemia del Covid-19 y la suma de crisis o alertas de crisis de muchos de estos países, ponen de nuevo frente a todos, una vez más, la necesidad de “hacer algo” al respecto.
Desde ese tiempo del Tecnológico, era tema importante, tanto en esos medios académicos, como económicos y políticos, que México enriqueciera sus mercados de exportación, y dejar de mirar obsesivamente, al gran mercado de los Estados Unidos. Que México volteara su mirada y su comercio internacional hacia América latina, en particular a Centroamérica. Que se buscara crecer el comercio regional, que se hicieran esfuerzos en pos de la integración industrial, para crecer como subcontinente frente a los grandes países o zonas, como los Estados Unidos, Europa y el Lejano Oriente (en particular Japón y China).
Pero han pasado los años, los decenios de años, y los intentos reales han sido desde tímidos, superficiales, hasta inútiles. Y ahora, ante un mundo en crisis económica generalizada, y con un panorama previsto muy, muy negro, el tema debe tomarse en serio y los gobiernos nacionales deben buscar medios prácticos y prontos de integración.
Yo nací profesionalmente en uno de esos intentos, la ALALC, la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio, que en algunos años se quedó en casi nada. Hay otros intento de integración de mercados en Latinoamérica, pero muy restringidos, como el Mercosur. Pero sus fallas y la defensa, justificada o injustificada, por intereses de los políticamente poderosos, siguen dañando la cooperación económica e integración industrial.
La integración latinoamericana sigue siendo un mito, un buen deseo y con muy poca, o casi nula voluntad política para hacer de Latinoamérica, la casa grande que debería ser. Pero hay algo más. Los países latinoamericanos necesitan más que integraciones económicas. Hay mucho terreno para reforzar la cooperación política, pues los intereses de grupos de poder, en especial de las dictaduras o de los extremismos populistas, lo impiden. Cada poderoso quiere mejor reforzar su poder y control sobre la población de gobierna y domina, sin darse cuenta del desastre.
Falta también mucha integración, digamos, en cooperación y complementación en el mundo de la cultura, de la educación, de la academia. Y con todo lo que en estos campos vive América Latina, no es que falten casos de cooperación, pero son particulares y no a gran escala.
Ahora el mundo se enfrenta a una crisis generalizada, que ya ha empezado, y que se irá ahondando, cuando la incertidumbre de la recuperación de una economía global voluntariamente estancada domina la mente de todos, los responsables y los espectadores ciudadanos. Es justo el momento para buscar la encomiable integración latinoamericana. Y es un asunto no sólo contra el calendario, sino casi contra el reloj.
Los líderes en todos los órdenes de la actividad humana, los poderosos en todos los campos, los académicos, y en especial los responsables de medios de comunicación, deben luchar porque los gobiernos abran los ojos, vean el futuro próximo lleno de problemas y comprendan que es asunto de supervivencia de sus gobernados ¡y de la suya propia!
La pobreza, en especial la pobreza extrema, esa de elemental supervivencia, el hambre, el desempleo, la falta de dinero en las arcas públicas, y una violencia grave que se avecina por desesperación popular, están más que claros ante el mundo. La desobediencia civil crecerá como protesta. Los levantamientos populares se van a multiplicar, las rebeliones y los delitos del orden común: robos, asaltos, extorsiones y secuestros. La desesperación por hambre es la madre de mucha violencia por comida.
La muy oportuna ocasión para que los sedientos de poder aprovechen para explotar a su favor las angustias y carencias populares, es una amenaza muy evidente, ya se está viendo. Toca a los líderes, voceros y comunicadores, a los políticos responsables y a cualquiera que tenga influencia en sus entornos de vida, dar la voz de alarma, y auxiliar a la población a enfrentarse a esos grandes esfuerzos de poder dictatorial.
Y los enemigos de la vida por nacer y cercana a la muerte, de la familia y del matrimonio naturales, están aprovechando para multiplicar legislaciones inhumanas en muchos países. Y estos esfuerzos venidos de organizaciones internacionales, sólo pueden enfrentarse solidariamente entre las naciones. Y Latinoamérica debe responder a favor de la dignidad de la persona humana en forma regional, no sólo nacional, como lo hacen la Iglesia algunas organizaciones.
La necesidad de integrarse los latinoamericanos, social, religiosa, económica y políticamente, es un asunto de extrema urgencia. Como se dice por todas partes, respecto a la crisis mundial, “lo peor está por venir”, y no en cuestión de años, ni de muchos meses, sino de semanas, en lo que resta de año, para empezar.
De esta forma, alertar, entusiasmar, convencer, actuar a favor de la solidaridad latinoamericana, es asunto de supervivencia. Más que ningún otro continente, ni siquiera el africano, tiene tanto en común como el de América Latina.
Es urgente que cada persona, cada organización, cada academia, cada iglesia, y cada grupo político, pongan lo que esté a su alcance para reforzar la solidaridad latinoamericana. Y entre más se haga, colaborando entre todos también de manera inteligente y solidaria, mejor se enfrentará América Latina al futuro inmediato. Integración, de todas las formas posibles, es el camino que América Latina puede tener para ser una verdadera “casa común”.