Inteligencia política
¿Qué es la inteligencia política? Antes de responder, van algunas consideraciones de “previo y especial pronunciamiento”. Tener la voluntad de hacer un buen gobierno es una condición sine qua non. En otras palabras, ¿podemos deslindar en el político inteligencia y altruismo? Si calificamos a quien ejerce el poder con una capacidad especial por su habilidad para acumular atribuciones sin límite alguno, olvidando que su función es servir a su pueblo, es decir, despojado de virtudes esenciales como honestidad y bondad, no tiene caso continuar con el tema. Pero si nuestra idea del buen líder es la de aquel que, aun cuando en su momento no se reconozcan sus buenas decisiones, al paso del tiempo su figura, no tan sólo no se empequeñece, sino que se agiganta y se ponderan los beneficios que generó para sus connacionales, entonces la tarea se torna apasionante, inagotable y también imprescindible.
Encontré esta idea del argentino Martín Caparrós: “Es muy difícil parecerse a lo que uno debe ser”. El gobernante, agregaría, no tan sólo debe parecer un hombre responsable, sino también serlo en todo el universo de sus obligaciones.
Ahora sí, creo yo, podemos hablar de inteligencia política. En las horas que dedico a la lectura —que me parece la mejor forma de invertir mi tiempo— siempre acudo a ese enorme pensador, José Ortega y Gasset, por su claridad y su versatilidad. Escribe: “El oficio de gobernar es una función poco más o menos, tan limitada y circunscrita, como cualquier otra”. Otra idea: “No es lícito fingir que somos lo que no somos, consentir en estafarnos a nosotros mismos, habituarnos a la mentira sustancial. Cuando el régimen normal de un hombre o de una institución es ficticia, brota en él una omnímoda desmoralización”.
Aquí quería llegar después de esta ajena teorización. La necesidad de dos cualidades del político, no únicas, por cierto: reconocer la realidad y conducirse con sensatez. Ser sensato equivale a tener buen juicio, entendimiento; acción de sentir, esto es darle sentido a la acción. Con todo lo dicho, me atrevo a advertir cinco realidades innegables e inevitables:
1. Transcurridas tres cuartas partes del actual gobierno, quedando escasamente año y medio, incluido todo el proceso electoral y cuatro meses entre la elección y el cambio de Poderes, en su mayor proporción, López Obrador entregará un México peor que el que recibió.
2. Dice un proverbio latino: “La opinión cede a la verdad manifiesta”. El Presidente ha declarado reiteradamente que, hará todo lo que esté a su alcance, lícito e ilícito, para ganar las elecciones.
3. Sin importar el resultado, a pesar de haber evitado retrocesos en nuestra transición democrática, vamos a tener un grave conflicto poselectoral con consecuencias de pronóstico reservado.
4. El próximo gobierno enfrentará un desafío enorme; pensar en darle continuidad a las políticas actuales equivaldría al suicidio. El rompimiento será inevitable, sobre todo si se impone a la que se empeña en señalar como “la corcholata favorita”.
5. Reconstituir la República y darle viabilidad a un gobierno con graves carencias será una tarea mayúscula. Se trata como lo hizo la Revolución Mexicana, de generar un sistema político que proporcione en estos tiempos estabilidad y gobernabilidad democrática.
Hay todos los ingredientes, tanto en el escenario mundial como nacional, para considerar los graves peligros que nos acechan. La inteligencia política reconoce, en resumen, los riesgos que enfrenta y asume con sentido ético la posibilidad de concretar acuerdos básicos para resolver los conflictos. Así interpreto las lecciones que nos ha dado la historia. Pelear por pelear corresponde a otro tipo de actividad.
No se puede, ni con una buena dosis de generosidad, calificar a nuestras elites políticas y económicas de competentes. El tema da para muchas elucubraciones.