LA BODA DEL SIGILO
Marcos Pérez Esquer.- Quisieron guardar sigilo, pero la boda de Carla Humphrey, consejera del INE, y de Santiago Nieto, titular de la UIF, celebrada el fin de semana, terminó siendo calificada por el presidente López Obrador como “un asunto escandaloso”.
La información preliminar señalaba supuestos gastos suntuosos en una boda de 300 invitados, en un hotel de lujo en Guatemala, a la que algunos arribaron en aviones privados, y que, además, en uno de esos vuelos se había detectado que una invitada, la Secretaria de Turismo de la Ciudad de México, Paola Félix Díaz, trasladaba dinero en efectivo por la cantidad de 35 mil dólares, el cual -se hacía suponer- era un regalo de bodas. Así, intempestivamente, la funcionaria capitalina fue defenestrada ipso facto por la jefa de gobierno.
Luego las cosas se fueron aclarando. El vuelo había sido rentado por Juan Francisco Ealy Ortiz, dueño del periódico El Universal, y el resto de los pasajeros eran invitados a los que él había convidado dándoles “aventón”. Los 35 mil dólares eran suyos, y los había declarado a la salida en el aeropuerto de Toluca, aclarando que de Guatemala volaría luego a EEUU a donde los llevaría finalmente, es decir, no era ningún regalo de bodas, era el dinero de un tipo rico, punto.
Así, a la funcionaria capitalina la habrían despedido por haber volado con un empresario en un avión privado. Se podría pensar que, si hubiere contratos públicos con el obsequioso empresario, habría incurrido en conflicto de interés, pero hasta ahora nadie ha argumentado en esa línea; tampoco que se le haya despedido por no estar presente en el principal evento turístico del año en la Ciudad de México que fue la Fórmula 1, no, el motivo que esgrimió Sheinbaum fue el de “haberse subido a un avión privado”. Es decir, no importa el fondo sino la forma, la imagen.
Por su parte Santiago Nieto, también fue destituido por el presidente de México, bajo el argumento de que no se puede permitir que un funcionario de la 4T incurra en “extravagancias”, y no se ajuste a la austeridad republicana que enarbolan.
Pero la pregunta es, ¿cuál extravagancia? ¿casarse con una consejera del INE? ¿invitar a empresarios y actores políticos ajenos al proyecto del presidente? Porque hasta ahora nada demuestra que la boda haya sido en realidad suntuosa. Guatemala de hecho es un país más bien barato. Y a decir verdad, aunque su boda hubiese sido lujosa -habiendo sido pagada con dinero de sus bolsillos-, pues muy asunto suyo, de nadie más. Es un asunto privado, muy ajeno al presidente.
Lo que llama poderosamente la atención es la inconsistencia discursiva del propio presidente. Le parece escandaloso y extravagante que un funcionario eficaz que le ha sido leal se case en Guatemala, pero le parecen “personas honorables” funcionarios como Bartlett, director general de la CFE, que oculta la propiedad de 17 inmuebles que suman un valor superior a los 800 millones de pesos, cuando el tipo no ha sido sino servidor público toda su vida. O el caso de Rocío Nahle, Secretaria de
Energía, que adjudicó un contrato de 5000 millones de pesos (sí, 5 mil millones), a su compadre para emparejar los terrenos de lo que será la refinería de Dos Bocas. Vamos, ni los video-escándalos de sus dos hermanos, Pío y Martinazo, recibiendo dinero en efectivo, le parecen escandalosos, “son aportaciones del pueblo para el movimiento”, dice. O tantos otros escándalos de corrupción y dispendio que han venido acumulándose en su gobierno.
Pero no solo corrupción tolera el presidente sin ruborizarse, también la incompetencia. La enorme ineptitud de un doctor López-Gatell por ejemplo, -el doctor Mengele de Tlalpan, dice Chumel Torres-, que, más que lealtad le ha deferido una fidelidad canina, ha provocado la muerte de cientos de miles de personas por su pésima gestión de la pandemia; pero ahí no hay problema, el presidente no ve escándalo alguno en ello porque él no se va a casar a Guatemala, se va a descansar a Playa Zipolite, no importa que sea en la cúspide de la crisis sanitaria.
Hay quien piensa que todo esto fue urdido por “alguien” para descarrilar a Santiago Nieto como prospecto para ocupar la silla de ministro de la Suprema Corte que en breve dejará José Fernando Franco, pero me cuesta trabajo creer que el presidente –en quien recae la responsabilidad de proponer la terna para el relevo-, caiga tan fácilmente en tan burda treta del fuego amigo.
Como sea, lo verdaderamente escandaloso que revela esta boda, es dejar de manifiesto que, para el gobierno actual, la permanencia o salida de las personas servidoras públicas no obedece a sus resultados, sino a las apariencias. Es la simulación, como forma de gobierno.