La cargada nos está cargando…
Esther Quintana.- La cargada es un término que existe en el “diccionario” político priista, amasado en décadas y décadas de práctica puntualísima se convirtió en parte medular del ritual de ungimiento del candidato a la Presidencia de la República, fundamentalmente, ya luego ha trascendido a otras entronizaciones. La cargada no es más que la adhesión tumultuaria, en masa, a favor del candidato “elegido” por el “mero, mero”, es decir al que ya se va y tiene el derecho “divino” de designar al sucesor. Habiéndose determinado que era “fulano”, nacía la “obligación” de observancia obligatoria y el apoyo incondicional al susodicho, y ay de aquel que no se cuadrara a la férrea disciplina partidista. Era inadmisible no tenderse como tapete ante el “bendecido” por quien era no solo el Jefe del Ejecutivo en turno, sino el número 1 del partidazo. Claro que en 1988, algunos hartos de la “costumbre” instaurada, como Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, decidieron que no más de eso y que hubiera elecciones internas, democráticas, para elegir al candidato, y todo terminó en la salida de los dos mencionados, del Revolucionario Institucional. Ahí inicia el trasfuguismo, es decir la incorporación a otros partidos políticos, o formar uno nuevo como lo hizo Cárdenas y otros a posteriori, aunque a algunos no les haya cuajado… Y habrá quien genuinamente emigre por la falta de oportunidades, pero a lo que se ve, son los menos. Lo que cunde es el oportunismo vergonzante y el hambre de poder, al precio que sea. Me encontré estos dos conceptos sobre la “cargada”, se los comparto. Dícese de la “Congregación de oportunistas, sobre todo en el ámbito político, que se reúne espontáneamente para adherirse a un personaje que tenga el poder o las mejores posibilidades de hacerse de él”. He aquí el segundo: “Irse o entrarle a la cargada significa adherirse una persona o un grupo, con todo empeño y de manera oportunista a la persona, al partido, etc., que cuenta con mayor posibilidad de triunfo o que tiene el poder. Verbi gratia, tan pronto se supo quién era el candidato, todos se fueron a la cargada”. El dedazo y la cargada son siameses. ¿Y sabe qué? Están vivos y coleando. Y no son de la exclusividad de los tricolores. Cuando los grupos en un partido, del color que sea, se hacen del poder, se abusa de éste ad infinitum. Hay que llegar, afianzarse y quedarse. Maquiavelo lo dijo desde el Medioevo. Y lo han seguido los “príncipes” desde entonces, a pie juntillas.
Esta deleznable manera de “hacer política” no solo ha encontrado eco en la “designación” de candidatos a elecciones constitucionales, también ha permeado a las internas, es decir, a aquellas en las que “eligen”… ¿eligen?… jajajaja… dirigentes. Hoy día hay “cargada”, esa sumatoria “obtenida” con el padrón de miembros desde antes que se lance la convocatoria y los propios miembros de la dirigencia haciéndose de las firmas para el mero trámite del registro, porque ya está cantado quien presidirá. ¿Cuál piso parejo?, ¿con el “poder” de la nómina o con la promesa de un cargo que hace salivar desde el primer instante la degustación del hueso prometido?, ¿con el reparto de despensas para ganar “simpatías” para la causa?… ¿Democracia?, ¿qué es eso? Esa queda para el discurso, para las declaraciones de los ínclitos, para las ruedas de prensa de los “dueños” del partido político que se arrogan el derecho a decidir por sus militantes qué es lo que más “conviene” al partido… ¿al partido?… Es por la “unidad”, según sus cánones. Pero bueno, esa es la “verdad histórica”, diría el ex procurador de la República. ¿Qué es el partido para quienes se atreven a conducirse sin un mínimo de ética? Lo que antes se criticaba y se señalaba como despreciable, hoy es parte del “menú” que se “ofrece” para el consumo cotidiano de sus integrantes. Es lo que se enseña a los jóvenes, y muchos de ellos son “tierra fértil” para la “cofradía”. ¿Condición humana?… Ay Dios… La cargada implica simulación y fingimiento, volver la mirada hacia otro lado, olvido por conveniencia, silencio obligado o no hay “dulces”, entre otras “lindezas”, y vivir en la amnesia pactada del no pasa nada y todo está muy bien. Así se “ganan” hoy las elecciones internas, y así también se construyen las derrotas externas. Cero debate, besamanos y genuflexión, y todos felices y aplaudiendo. Lilliput en pleno, cada vez más pleno, y los titiriteros atareados –por supuesto que no me refiero a los de Rosete Aranda, para ellos todo mi respeto, fueron la delicia de los mexicanos de 1835 a 1958-… ¿Por cuánto tiempo? La ignominia harta… y apesta. “Y el valiente vive hasta que el cobarde quiere”. Eso dice el refrán… ¿o no?