La confesión y el testimonio de Basave. Por Juan Antonio García Villa

En su edición de abril, la revista Nexos publica un extenso y a la vez aleccionador artículo escrito por el académico Agustín Basave. Lo titula “Crónica personal de un naufragio”. En él relata su experiencia como presidente nacional del hoy extinto Partido de la Revolución Democrática, PRD, que dirigió desde el 7 de noviembre de 2015 hasta los primeros días de julio de 2016. Es decir, escasamente durante ocho meses.
Dice que apenas en agosto de 2015, tres meses antes de ser elegido presidente por el consejo nacional de ese partido, fue invitado a afiliarse al mismo, del cual solo era simpatizante. Confiesa que aceptó el desafío porque “sabía que el PRD estaba al borde del naufragio”, al que básicamente lo habían llevado las tribus internas (facciones o corrientes) que lo lastraban.
Señala que en dichas tribus anidaban dos taras: “el sectarismo y la vena pendenciera”. Para agregar a continuación que “pronto descubrí —escribe— una tercera: la corrupción asociada con acuerdos non sanctos con el poder. Fue una sorpresa —reconoce— que no debió haberme sorprendido”. Ya lo sabía, pues, o al menos tenía bases firmes para intuirlo: ese partido había sido corrompido hasta la médula por los gobiernos priistas.
Aunque Basave no lo diga expresamente, es un hecho que, por el poco tiempo que duró en el cargo de dirigente nacional perredista, lo más importante que le tocó atender fueron las elecciones celebradas en varios estados a mediados del año 2016. Esto explica la razón de porqué la mayor parte de su amplio artículo está dedicada a dar cuenta de los pormenores de esos procesos electorales locales.
Aunque Basave no lo diga expresamente, es un hecho que, por el poco tiempo que duró en el cargo de dirigente nacional perredista, lo más importante que le tocó atender fueron las elecciones celebradas en varios estados a mediados del año 2016. Esto explica la razón de porqué la mayor parte de su amplio artículo está dedicada a dar cuenta de los pormenores de esos procesos electorales locales.
Sobre el punto, Basave dice que “estaba consciente de que si íbamos solos (en esos comicios estatales) nuestra debilidad electoral aumentaría y nos haría actores inocuos, meramente testimoniales, allanando el camino al PRI-gobierno para arrasar”.
Pero construir coaliciones electorales que fortalecieran al PRD y que en general fueran favorables a la oposición no era tarea fácil al interior de ese partido. De hecho, relata el autor que quien primero le propuso que aspirara a dirigir al llamado partido del sol azteca, al preguntarle la razón de su invitación, le respondió: “Porque tú sí puedes mandar a la chingada a Peña (Nieto) y a Manlio (Fabio Beltrones)”. Así de cooptadas y sometidas al oficialismo de entonces estaban las cúpulas perredistas.
Para liberar de interferencias extrañas la política de alianzas que se proponía llevar a cabo, Agustín Basave procedió de entrada a disolver la comisión del CEN perredista encargada de esos asuntos, “a fin de que se me autorizara –dice– a conducir (personalmente) las negociaciones de coaliciones”. Si este paso inicial le resultó relativamente fácil, los siguientes se convirtieron para él en un verdadero tormento, porque “yo –dice Basave— (era) partidario de las coaliciones con el PAN para sacar al PRI del poder”.
Para forzar a que el CEN, integrado por 25 miembros, aprobara su propuesta de alianzas, se vio en la necesidad de presentar su renuncia como presidente. Le solicitaron que la retirara. “Después de una larga discusión —dice— se votó mi propuesta. La tenía perdida (antes de su amenaza de renunciar) diecinueve votos en contra y seis a favor; (y) la gané 24 a uno. La sesión concluyó a eso de las 5 am, ya en la madrugada del martes 12 de enero de 2016”. Le dio resultado, pues, su estrategia.
Luego relata las resistencias de los grupos perredistas, principalmente de Hidalgo y Veracruz; narra cómo “desde la Secretaría de Gobernación se operaba para que no se aprobaran” las alianzas con Acción Nacional; da cuenta de “una conversación muy ríspida” sostenida sobre el tema de las alianzas con el “representante político del gobierno” (Osorio Chong, se entiende), “quien me invitó a cenar” “en el privado de un restaurante de Polanco”, etc.
Luego relata las resistencias de los grupos perredistas, principalmente de Hidalgo y Veracruz; narra cómo “desde la Secretaría de Gobernación se operaba para que no se aprobaran” las alianzas con Acción Nacional; da cuenta de “una conversación muy ríspida” sostenida sobre el tema de las alianzas con el “representante político del gobierno” (Osorio Chong, se entiende), “quien me invitó a cenar” “en el privado de un restaurante de Polanco”, etc.
De los ocho estados en los que inicialmente planteó ir en coalición con el PAN, sólo se logró concertar alianza en cinco, y de estos en tres se ganó la gubernatura, dos con candidatos panistas (Durango y Veracruz) y otro (Quintana Roo) con una coalición que —dice— personalmente “construí… y fue exitosa”. En cambio, las alianzas encabezadas por perredistas, en Zacatecas y Oaxaca, perdieron por “la perpetua guerra tribal que nos hundió, como siempre”.
Después de esas elecciones, “presenté, por elemental dignidad, mi renuncia irrevocable”, recuerda Basave. Como también recuerda que una vez un perredista le preguntó cuándo consideraba que se echó a perder el PRD, y le respondió: “cuando la derrota se volvió rentable”.
En torno a las tribus perredistas, el autor del artículo señala que “la corrupción se enseñoreó en esos grupos”, que “prefirieron conservar arreglos inconfesables” y cómo “prevaleció en ellos el espíritu de cartelización”, amén de que “toleraron la corrupción interna”.
Y concluye su extenso artículo con la siguiente reflexión: “Morena, que carga ADN perredista, bien haría en verse en ese espejo que yace en el fondo del mar”.