LA DEMOCRACIA SE ALIMENTA DE PARTICIPACIÓN CIUDADANA. Por Esther Quintana
La corrupción es ácido sulfúrico para la democracia. La corrupción es la apropiación o abuso de un poder público con la finalidad de obtener beneficios particulares. Las prácticas de corrupción tienen en su haber sobornos, extorsión, intercambio de favores, nepotismo, fraudes contables, conflicto de interés, cleptocracia, malversación de fondos, desfalco, favoritismo, compra de votos, contribuciones ilegales a las campañas electorales, captura del Estado y más.
Adopte la forma que sea es un fenómeno que daña el carácter público y general de las normas a las que debe ceñirse la autoridad del estado en un régimen que se presuma democrático. La corrupción es un mecanismo de exclusión democrática que opera bajo la duplicidad, toda vez que el orden jurídico que norma el quehacer público se trasgrede en la práctica.
La corrupción política tiende a persistir y expandirse, no obstante las políticas implantadas para prevenirla permanece como estrategia dominante. Tiene un efecto devastador sobre la legitimidad política, y con ello se vulnera gravemente la democracia.
En palabras llanas, la corrupción provoca desconfianza y falta de credibilidad en las instituciones, en el ánimo de la ciudadanía. Si queremos que esto cambie TENEMOS QUE PARTICIPAR. No hay de otra, la democracia se nutre principalmente de la participación de la ciudadanía. Si usted quiere que la autoridad en este país se cuadre ante usted, tiene que aprender a exigirle, y el primer paso, es haciéndose cargo de una obligación primaria: elegir informado y en conciencia, a quienes quiere que lo representen.