La patria es una, sin divisiones, mexicanos…
Esther Quintana.- La palabra patria está en desuso, va cayendo en los arcaísmos, a las nuevas generaciones ya casi no les dice nada, y menos si se le vincula a aspectos políticos, dado el descredito que se carga a cuestas una disciplina tan noble, al que una caterva de sinvergüenzas ha envilecido, y entonces se generaliza, erróneamente, pero así es. Y no obstante, y a pesar de, cada uno de nosotros en mayor o en menor medida guarda vínculos afectivos con la tierra en la que nació o la que adoptó por decisión personal. El término proviene del latín, de la voz patrius, cuyo significado es “tierra de los antepasados”. Entendido así, en la patria se mezclan la tradición, la cultura, la historia, pero también los afectos y apegos. Y de ahí nace el amor a la patria y la fidelidad que le debemos. Por ello, amarla, como expresaba Santo Tomás de Aquino, es virtud.
La patria es también una construcción forjada desde el poder, lo que conlleva a definir una serie de símbolos con los que nos sentimos identificados, como son la bandera, el himno nacional, así como todos aquellos acontecimientos que fueron sustantivos para su fundación. Así nace el sentimiento patriótico o nacionalista. Aunque este nacionalismo debe entenderse como aglutinante, como elemento de convivencia pacífica entre nosotros y también con las otras naciones del mundo. Porque tristemente ha sido esgrimido en diferentes épocas, como causa de conflicto y de guerras devastadoras por individuos enfermos de voracidad de poder que han llevado a sus pueblos a enfrentamientos en los que la violencia, la muerte y la sangre han sido la consecuencia de semejante irracionalidad.
El amor a la patria es un sentimiento nacido del corazón, de las remembranzas de nuestra infancia, de todo aquello que formó parte de nuestro entorno familiar. Se trata de una memoria querida, dulce y sentida. El papa Francisco en su encíclica Laudato lo dice con amigable nitidez: “…cada uno de nosotros guarda en la memoria lugares cuyo recuerdo le hace mucho bien. Quien ha crecido entre los montes, o quien de niño se sentaba junto al arroyo a beber, o quien jugaba en una plaza de su barrio, cuando vuelve a esos lugares, se siente llamado a recuperar su propia identidad”.
Me duele el México en el que nos estamos transformando hoy día. Una nación dividida entre buenos y malos… ¿Por qué? ¿Por qué un individuo lo mandata con su lengua y con sus actos todos los días? Nuestra patria se llama México, y es de todos. Ser mexicanos implica un compromiso fehaciente con el respeto que le debemos a nuestra patria. No somos afectos a reflexionar sobre nuestra actuación como ciudadanos y a la responsabilidad que esto conlleva. Nosotros, todos, le debemos amor y respeto a nuestra patria, traducido esto en trabajo honesto y en la contribución a título individual al bien común.
El patriotismo no es una palabra hueca, es un modo de vida expresado en actitudes, en conductas forjadas con valores, como el de la congruencia entre lo que digo y lo que hago, porque si me las doy de muy honesta, pero transijo con los trinquetes, los moches, los arreglos en lo oscuro, las “mordidas”, los abusos, la haraganería… ¿Qué soy entonces? Una mentirosa redomada, hipócrita y desvergonzada. Ser patriota de 15 de septiembre no implica gran cosa, porque hay quienes piensan que a eso se reduce el patriotismo. Ser patriota es estar informado, enterado del acontecer de tu comunidad –por lo menos–, manifestar tu desacuerdo con la actuación de tus gobernantes, y simultáneamente proponer medidas para solventarlos. Ser patriota implica no quedarse como mirón de palo viendo como se está cargando a México el presente régimen, y mentar madres entre cuatro paredes. Eso es estéril. No sirve para nada.
Hay una violación reiterada del titular del Ejecutivo al orden constitucional. Está empeñado en intervenir en asuntos que no son de su competencia, incumpliendo la primera obligación que le establece el artículo 89 constitucional, que es la de proveer en la esfera administrativa, de la que es titular, a la exacta observancia de las leyes. Viola una y otra todos los días y sin consecuencias. No tiene parangón su esquizofrenia compulsiva. Está llamando a un linchamiento colectivo en nombre de “su lucha” contra la corrupción, violentando las garantías prescritas en el artículo 20 de la Carta Magna. Lo que quiere es circo y escándalo, y sobre esa base mantenerse en el poder. Allá los mexicanos, si se lo permitimos. Ya basta de semejante ceguera, de tan deleznable complacencia, de esta cobardía insufrible, de este miedo despreciable que condena a la parálisis ciudadana. Es México… es México al que se está mandando al abismo.