La trascendencia de la cultura en la vida. Por Esther Quintana
En 1982 se celebró en nuestro país la Conferencia Mundial sobre Políticas culturales y se expresó que: “La cultura puede considerarse actualmente como el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales, materiales, intelectuales y afectivos que caracteriza una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales del ser mismo, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias”.
Ergo, la cultura va más allá de ser considerada un espectáculo o sinónimo a secas de entretenimiento. Desde esta perspectiva la cultura se convierte en generadora de identidad, en factor relevante para el aglutinamiento de la diversidad, en creadora de inclusión social, promotora de redes sociales y de PARTICIPACIÓN, es pues un elemento esencial para la integración del desarrollo humano. La cultura es un eje transversal y partiendo de este reconocimiento, se convierte en imperativo por parte de los gobiernos de los tres niveles, la necesidad de implementar políticas culturales para detonar el desarrollo de cada espacio territorial.
La cultura, destaco, debe ser revalorada y contemplada como un factor sine qua non para que la sociedad y sus integrantes se desarrollen de manera INTEGRAL. Y es que fortalecer la cultura es construir nación. Y México hoy día necesita recuperar su identidad, ponderar la riqueza del presente sin olvidar la saga del pasado que explica por qué somos como somos, y con ello avanzar sin titubeos, un mañana, que sin duda alguna ya no es el mismo de nuestros ancestros.
Si estamos claros de que el mundo ha ido cambiando con o sin nuestra venia, será fabuloso el tránsito por el continente del siglo XXI. Hoy, ciudad, ciudadanía y mundo globalizado han dado a luz un fenómeno que va más allá del espacio geográfico en el que se asienta una población y que se extiende hacia afuera del entorno propio y eso sin duda alguna va delineando una nueva filosofía, una en la que la diversidad encuentra tierra fértil para aposentarse. Esta diversidad entonces, se traduce en una gama multicultural que la vuelve más rica y se va irguiendo como un instrumento de combate inapreciable contra la desigualdad que daña y vulnera la paz y la tranquilidad social.
La cultura cambia las posturas, las percepciones, y entonces se le entiende ya como un derecho, como un auténtico aliado para una transformación genuina de la sociedad. En este entendido, las ciudades cobran un protagonismo inusitado, porque es el seno ideal donde la diversidad se encuentra, se funde, se complementa, se nutre y regenera.
Es ahí donde los ciudadanos, como lo describió el genio deslumbrante de Aristóteles en su Ética a Nicómaco, dan lo mejor de sí mismos, donde se identifican, donde encuentra a sus pares, donde descubren su talentos, donde se amalgaman estos, donde el “yo” pasa a segundo término y surge el NOSOTROS con toda su fuerza. Es ahí donde se sienten los efectos de una sociedad múltiple y diversa que se reconoce y se fortalece. Es la ciudad el manifiesto vivo de la complejidad del mundo. De ahí entonces que los gobiernos generen las condiciones para el acercamiento directo a esa nueva realidad, garantizando con ello la cohesión social armoniosa.
Los gobiernos locales, como se apuntó en la Declaración de Montevideo en 2005, son los “catalizadores de espacios de integración más democráticos y como generadores de un ambiente multiplicador de las relaciones entre sociedades civiles de los países integrados”. Partiendo de este entendido, la identidad y diversidad cultural no se trata, como algunos piensan, de una mera programación, producción y divulgación de eventos, para llevarle diversión a la comunidad, sino como base insoslayable para la construcción y consolidación de estructuras sociales comprometidas. Así lo entendió Sergio Fajardo, el ex alcalde de Medellín en Colombia, y logró vincular en serio, a una población agobiada hasta la médula por la delincuencia organizada y las nefastas consecuencias que esta engendra, como son entre otras el odio y la inquina.
Les llevó aliento, les cambió la visión de la vida a hombres y mujeres severamente dañados por la violencia, por el crimen, por las drogas. Les mostró que eran personas con dignidad, y que esa investidura era digna de todo respeto, cuidado y consideración. Y lo hizo con la maravilla de las artes, del deporte, del encuentro cotidiano con el diálogo precioso que nacen del binomio inteligencia y sensibilidad. Cuando esto se alcanza se acota la fragmentación provocada por las realidades socioeconómicas y culturales.
La política cultural sirve, permítame el uso de ese verbo, para establecer una dialéctica triangular –gobierno, ciudadanía y agentes sociales- que privilegia el respeto a la pluralidad. Lo digo de otra manera, las políticas culturales pasan a convertirse en un aglutinante transversal, cuya estructuración social va más allá -destaco- de las programaciones y el intercambio de espectáculos.La cultura es, como lo afirman acertadamente los estudiosos del ámbito: -“Armadura para la cohesión social -Estrategia y principal agente del cambio, generadora de conocimiento, potenciadora económica, principal captador de visitantes, representante de la pluralidad, referencia de identidad, espacio de diversidad, territorio de creación, ecosistema de sostenibilidad, momento para la transdisciplinariedad, catalizador urbano, potenciador del capital inteligente.” Para alcanzar este nivel, las sumas son INDISPENSABLES, y sobre todo amasadas con humildad y apertura.