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Más allá de la paridad, la equidad

Por Soc. María de los Ángeles Dueñas Nava.-

“La República Verdadera: Los hombres, sus derechos y nada más; las mujeres, sus derechos y nada menos”.
Susan B. Anthony.

El pasado mes de mayo, las cámaras del Congreso de la Unión aprobaron las minutas de reforma constitucional en materia de paridad total en la integración de los tres niveles de gobierno. Con estas reformas, todos los órganos de autoridad del Estado mexicano deberán dictar normas tendientes a que en su integración se observe una proporción de 50% para cada uno de los sexos. De este modo, se pretende asegurar definitivamente que los varones dejen de tener preponderancia en los espacios de toma de decisiones públicas. El Congreso, los gabinetes del Poder Ejecutivo, los Tribunales y Consejos de Judicatura, sus pares en los gobiernos locales y los órganos de gobierno de los municipios deberán adoptar esta política en el momento de definir su integración.

Para explicar la relevancia de la paridad, debemos establecer que se encuentra vinculada a una interpretación de la visión de género en el desarrollo de la política pública. La paridad es una herramienta legislativa que obliga a las entidades públicas a reducir la brecha sexual en los espacios de toma de decisiones donde usualmente se aprecia un predominio masculino. Por su lado, la equidad es la adopción de medidas que permitan balancear una situación en la que dos individuos, diferenciados por sus propias circunstancias y entre los que existe una relación desigual, deben recibir los mismos beneficios y tener acceso a las mismas oportunidades. El escenario al que se pretende llegar es el de la igualdad, donde hombres y mujeres sean tratados de la misma manera en el acceso a los espacios de poder, oportunidades de desarrollo, mecanismos de compensación de las desigualdades y, en general, sean percibidos y ejerzan sus derechos de la misma forma, en la misma magnitud y con la misma intensidad, sin que importe para ello su condición sexual.

Aunque históricamente la evolución conceptual se ha dado en sentido inverso (igualdad-equidad-paridad), lo cierto es que desde los movimientos sufragistas, el objetivo fundamental es llegar a un escenario en el cual las mujeres tengan el mismo trato que los hombres. Esta igualdad sustantiva ha sido el objetivo de casi todas las iniciativas que, con mayor o menor éxito, se han venido impulsando a lo largo de los últimos 30 años para fortalecer el liderazgo de las mujeres, sobre todo desde la óptica de su acceso a los espacios de toma de decisión pública y corporativa. Sin embargo, a pesar del logro que representa la instrumentación de una paridad total en la conformación institucional, considero que el próximo reto en esta materia es el fortalecimiento sustantivo del liderazgo femenino a través de la conocida herramienta de la equidad.

Aunque esto podría parecer un retroceso conceptual a partir de los más recientes avances legislativos, es necesario hacer un alto para considerar el estado en el que se encuentran los liderazgos femeninos en las esferas de poder públicas y privadas. Esto es necesario porque para proveer de mujeres con un perfil apropiado para asumir nuevas y más grandes responsabilidades, paralelamente a los mecanismos que garanticen un acceso igualitario, es necesario diagnosticar y fortalecer la calidad de los liderazgos femeninos dentro de un contexto amplio. Al tiempo en que se vuelve esencial la profesionalización del servicio público en general, es indispensable el fortalecimiento del liderazgo femenino a partir de ofrecer a las mujeres herramientas adecuadas y apropiadas a cada esfera de su realidad.

Para poder apreciar el tema en su dimensión, es necesario comprender los puntos desde los cuales se interpretan las cualidades del liderazgo dentro de la esfera del poder público o del gobierno corporativo. Cuando describimos los perfiles ideales de quienes ejercen el liderazgo, ¿asociamos ciertas características como “capacidad de delegar”, “planeación estratégica” o “coordinación” con hombres en particular?, o por otro lado, ¿pensamos que aspectos como la “empatía”, “motivación” o “compromiso” son atributos esencialmente femeninos?

Aunque el punto parece irrelevante en una primera aproximación, es un hecho de que, dependiendo del grupo poblacional al que se consulte, se realiza una valoración esencialmente de género sobre quien ejerce el liderazgo. En un estudio realizado por el Instituto Tecnológico de Buenos Aires sobre liderazgo y género, se encontró que mientras para los hombres el sexo no es un atributo de considerar, para las mujeres es un tema esencial en la aproximación a las cualidades del líder.

Por esto es necesario recuperar el principio de equidad para la construcción de los nuevos liderazgos femeninos. Es importante que en cada esfera de toma de decisiones, lo mismo en los gobiernos municipales, los poderes legislativos o los partidos políticos, así como en las empresas, la academia, las organizaciones sociales y hasta en las directivas deportivas o culturales, se incentive de manera específica el surgimiento de mujeres líderes capaces de asumir las tareas de transformación de su realidad. Dando a cada mujer la capacidad de explorar su propio potencial, podremos darles también la posibilidad de asumir nuevas responsabilidades mediante la adquisición de las herramientas que les sean necesarias para aprovechar las ventanas de oportunidad que la legislación paritaria les va a brindar. Un liderazgo femenino que aproveche aspectos como una visión horizontal de la toma de decisiones, que fortalezca la confianza interna dentro de los equipos de trabajo y comprometida con la transformación del ejercicio del poder público o privado nos llevará un poco más cerca del objetivo que deseamos.

Pero ¿cómo podemos usar nuevamente la equidad para avanzar? En efecto, sería imposible usar un concepto al que consideramos superado. Pero en esto se encuentra la oportunidad: en cambiar el paradigma de la política de género para entender que sólo podremos abonar a una igualdad sustantiva en la medida en que tratemos equitativamente a cada mujer, en su contexto, junto a sus pares hombres con una mentalidad específica, en sus áreas de trabajo propias y a través de políticas que trasciendan las categorías ideológicas para entrar en un auténtico contacto con las personas humanas.

Para abonar a ello, me propongo aportar a este debate sugiriendo una serie de acciones específicas que tengan como destino incidir en la vida de todas las mujeres de todas las esferas, públicas y privadas, a través de medidas que ellas mismas puedan diseñar y ejecutar. Un primer punto es abonar a la capacitación para desarrollo de liderazgo femenino, especialmente en aquellos rubros donde sea necesario fomentar la cantidad y calidad de liderazgos femeninos. También debe usarse la paridad como herramienta de apertura de nuevos espacios de decisión que se pongan en manos de mujeres cuyos perfiles y desempeño estén a la altura de las responsabilidades de mando y decisión estratégica. La conformación de equipos paritarios entre hombres y mujeres, considerando sus contextos sociales y culturales, permitirá reducir no sólo la segmentación de género sino también las brechas verticales entre los equipos operativos y aquellos que toman decisiones. La discusión social, académica, política y de investigación mediante herramientas como foros o conversatorios, permitirá explorar la pertinencia de la aplicación de ciertas herramientas, para fortalecer las estrategias exitosas y modificar las que aporten pocos resultados. Es también indispensable involucrar a los hombres en la misión del fortalecimiento del liderazgo femenino, y paralelamente, señalar y apoyar el reconocimiento de derechos y prerrogativas que favorezcan su inclusión en la vida familiar a través de una equidad bidireccional. Finalmente, la conformación de unidades de investigación y desarrollo de políticas públicas que, dejando de lado componentes ideológicos, encuentren en el fortalecimiento del liderazgo femenino una oportunidad para reivindicar la importancia de una perspectiva de género que resulte en un nuevo enfoque cultural y social más apropiado para aceptar y formar mujeres líderes.

Construir liderazgos femeninos de forma equitativa, atendiendo a su formación, circunstancias, aspiraciones y sueños, es la forma ideal para que la paridad aprobada sea la oportunidad que debe ser. Sólo a través de la incorporación de nuevas mujeres a espacios de liderazgo, en los que permanezcan de manera prolongada y consuetudinaria en base ya no solo a cuotas, sino a través de la oferta de mejores resultados, lograremos los objetivos de permanencia y visibilización que son la antesala de una igualdad sustantiva eficaz para mejorar la vida de todos los seres humanos.

El verdadero empoderamiento no radica sólo en que las mujeres tengan acceso a espacios de poder político o económico, sino a que sean capaces de tomar el control de sus propias vidas para alcanzar las potencialidades de las que son capaces. Como escribió la filósofa inglesa Mary Wollstonecraft en el s. XVIII: “Yo no deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre ellas mismas”.

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