MORENA EN SU LABERINTO
Marcos Pérez Esquer.- La verdad de las cosas es que no me sorprendió que el proceso electoral interno que tuvo Morena el fin de semana pasado se convirtiera en una “olimpiada del fraude” como la calificaron algunos de sus propios fundadores. El cúmulo de irregularidades, la quema de urnas, las agresiones físicas y verbales, el acarreo, la “operación taco”, etc., eran bastante previsibles en un partido que no ha logrado institucionalizarse como tal, y que sigue siendo más un movimiento que una verdadera institución. En su laberinto, Morena se debate entre ser y no ser un auténtico partido político.
Lo que sí me ha sorprendido sobremanera, es escuchar a tantas personas minimizando esos hechos y argumentando que en realidad no importan los métodos que Morena tenga para tomar sus decisiones internas, aunque violen la ley y las reglas más elementales de la democracia. Al fin y al cabo -dicen-, son sus usos y costumbres internas. Incluso López Obrador trivializó el asunto.
Algunos otros, un poco más sesudos, traen a colación las disertaciones en torno a la teoría de las élites en los partidos políticos desarrolladas por politólogos de finales del siglo antepasado y principios del pasado como Robert Michels, quien hablaba de la “ley de hierro de la oligarquía” según la cual todo partido político -como toda organización-, tiende a la oligarquía, por lo que ningún partido u organización son democráticos; o Gaetano Mosca, quien en términos análogos hablaba de la “clase política”, o Vilfredo Pareto que lo hacía acudiendo al concepto de “la circulación de las élites”.
Lo anterior sí me ha sorprendido porque esa postura no podría estar más alejada de la verdad. Por una parte, los teóricos de las élites explicaban que los partidos, y acaso toda organización e incluso la sociedad en su conjunto, estaban siempre dominadas por una minoría, pero de ello no se desprende que esa minoría no pueda surgir de un proceso democrático de elección. Para nada justificaban que los procesos electorales pudieren incluir tribalismo, quema de urnas, acarreo, agresiones o fraude de boletas, como ocurrió el fin de semana con Morena, solo desconfiaban de la vocación democrática de las cúpulas.
Pero por otra parte, y más importante aún, está el hecho de que nuestra Constitución y la legislación electoral, obliga a los partidos políticos a una doble dimensión democrática: la externa y la interna. En cuanto a la externa, les exige conducirse con apego a la ley y a las reglas de la democracia en la contienda con otros partidos políticos, mientras que la interna supone que se conduzcan igualmente en todo proceso o decisión interna.
Esto no conculca el derecho de los partidos a la libre organización interna, ya que este principio -también de orden constitucional- está supeditado por la propia Carta Magna a que los partidos cuenten con procedimientos democráticos y a que respeten los derechos fundamentales de sus militantes, más allá de esto, en efecto son libres de organizarse como mejor consideren.
Esto es importante porque si un partido político -que como tal pretende hacer llegar a sus militantes al poder político- no es democrático en su vida interna, seguramente tampoco lo será en la externa y mucho menos cuando arribe al poder. Como dicen por ahí, el buen juez por su casa empieza.
Y todo esto debe importarnos a todas y todos, no solo a quienes militan en Morena, porque los partidos políticos -dice la Constitución- son “entidades de interés público”, es decir, a la sociedad en su conjunto le interesa la existencia de un sistema de partidos sano para articular la participación política de la comunidad. Esta es la razón por la que los partidos son financiados con nuestros impuestos, y gozan, además, de otras varias prerrogativas.
Si Morena es financiada con nuestro dinero, todas y todos tenemos derecho a opinar sobre su desempeño, igual que podemos hacerlo respecto de cualquier otro partido, y a exigir que se apegue al marco jurídico y a las reglas de la democracia.
Es verdad que en general la democracia interna no ha sido la característica que mejor identifique a los partidos políticos mexicanos, salvo por el PAN, que frecuentemente ha sido reconocido por propios y extraños precisamente por su democracia interna, y que aún así, también ha tenido sus altibajos, sin embargo, ello no puede llevarnos a desentendernos del problema y con indolencia quedarnos al margen como meros espectadores de la descomposición interna del partido-movimiento que hoy por hoy detenta la mayoría en nuestro país.