No todos podrán ser curados, pero todos deben ser cuidados
Salvador Abascal Carranza.- Nos encontramos viviendo en una etapa de la historia humana marcada por la confusión. Cuando le preguntaron a Jean Francois Lyotard por qué denominaba a esta época como “postmoderna”, dijo que el término es confuso, igual que la época a la que califica. Eso significa que vivimos cada vez con menores certezas. Hoy al bien se le llama mal y al mal se le llama bien. Los términos de posverdad, de ideología de género, de transhumanismo, de poshumanismo, de eutanasia, de aborto y de otros similares, se abren paso en medio de la confusión. Las ideologías de izquierda tratan de imponer el pensamiento único. Se inventan cada vez más supuestos derechos humanos para justificar caprichos, pero hay cada vez menos deberes compartidos. La ética se ha convertido en un instrumento utilitarista que usan algunas instituciones, sin el menor rigor, para ostentarse como “socialmente responsables”. En términos de Benedicto XVI, estamos siendo sometidos a “la dulce dictadura del relativismo”.
En este contexto, y sin aviso previo, surge una nueva enfermedad provocada por un agente casi invisible que amenaza a toda la humanidad, y la paraliza. En muchos países el personal sanitario responde con vocación casi heroica, al mismo tiempo que los gobiernos de esos mismos países toman decisiones que dan escalofríos. Han tratado la pandemia con criterios políticos y no con criterios éticos. Los países (incluido México) que más tardaron en responder a la gravedad de la crisis (Estados Unidos, Francia y España especialmente) son los que más contagiados y más decesos reportan -si es que no esconden la verdad.
Si la falta de previsión supone ya una grave responsabilidad moral de aquéllos y otros gobiernos, son aún más cuestionables los criterios “éticos” que han implementado para tratar a los enfermos por el nuevo coronavirus. Por poner sólo tres casos: en España no pueden ingresar a un hospital personas que tengan más de 80 años (más de 11,000 ancianos que no están en las estadísticas, murieron en las residencias de retiro). En Italia no son admitidos los pacientes que tengan más de 70 años y condiciones preexistentes de alguna enfermedad como diabetes, alta presión, etc. En Suecia no son admitidos (además de los ancianos) las personas que tengan más de 70 años y condiciones preexistentes de salud. En estos y otros países se está aplicando de facto una especie de eutanasia.
Es cierto que no todos los pacientes pueden ser tratados de la misma manera por su condición de salud, por lo que los médicos deben tomar la difícil decisión, no sobre los pacientes que deben vivir o los que deben morir, sino sobre la atención que todos deben recibir sin distinción. No se trata de clasificar a los pacientes (triaje) por edad o por gravedad, como pretende hacerlo el proyecto de “Guía Bioética de Asignación de Recursos de Medicina Crítica” (de la que se deslindó la UNAM), del Consejo de Salubridad General (CSG) de México. Con esto no quiero decir, ingenuamente, que los recursos terapéuticos son ilimitados, ni que se deba aplicar ensañamiento terapéutico a quienes se intenta de mantener en vida a toda costa. Lo que sí es necesario señalar, y es lo verdaderamente moral, es que toda vida humana vale igual, sea la de un rico o la de un pobre; o alguien con antecedentes de salud que lo pueden hacer más vulnerable, o sin ellos; vale lo mismo un anciano con 120 años o un ser humano recién concebido.
El principio rector del juramento hipocrático establece que lo primero es no hacer daño, primum non nocere, que establece un marco deontológico y bioético que tiene como eje central el respeto a la dignidad humana. En otras palabras, lo que les exige a los profesionales de la salud este principio bioético es que, tanto instituciones como profesionales de la salud deben cuidar al paciente porque, como ya se dijo, no todos podrán ser curados, pero todos deben ser cuidados.
Algunos podrán ser cuidados en camino a su curación y otros, según su condición de salud, deberán ser sometidos a cuidados paliativos por su gravedad.
Aunque nadie sabe a lo que México se está enfrentando en esta crisis de salud, esperamos que no se llegue a los extremos inhumanos que en otros países.
Nuestro país se encuentra en el último lugar de la OCDE (y casi del mundo) en la aplicación de pruebas para detectar el coronavirus. No se conoce el número real de infectados y tampoco el de fallecidos. El ocultamiento de datos es inmoral. Las cifras no cuadran y, por si fuera poco, todavía se está analizando el proyecto de Guía Bioética para la Asignación de Recursos. Lo más moralmente cuestionable del proyecto de la susodicha guía, es la asignación de recursos entre los pacientes jóvenes y los mayores. Es preocupante que en este proyecto de la CSG se privilegia a las personas jóvenes, por considerar que son ellas las que mejores oportunidades de vida futura tienen, las que mejor pueden reaccionar a los tratamientos, las que más pronto pueden dejar de necesitar un respirador; frente a las personas mayores que son consideradas como más frágiles y con un futuro menos promisorio. Este también sería un ominoso antecedente de lo que puede convertirse en el inicio de una ley que aliente la eutanasia.