Novedosa y sofisticada modalidad de fraude electoral. Por Juan Antonio García Villa
Hace poco más de cuarenta años, un muy estimado amigo holandés, científico social avecindado en nuestro país, me comentó que a él definitivamente le resultaba muy difícil comprender cómo era que el fraude electoral se practicaba en México de manera sistemática, o al menos cuando se hacía necesario para que el entonces partido hegemónico no perdiera el poder, y veía que no pasaba nada.
Pero aún más cuesta arriba le resultaba a este amigo, estudioso de las ciencias sociales, entender cómo era en sí la mecánica, las maniobras, el modus operandi, dónde estaba el truco del fraude. Le intrigaba mucho, no le cabía en la cabeza, decía, que hubiera fraudes en los comicios, según se denunciaba, y por otro lado, no se presentaran enfrentamientos ni violencia generalizada. Es que un robo como estos es inadmisible, insistía, no puede ser y menos que en apariencia nada sucediera. En Holanda algo así sencillamente nadie lo toleraría. Pero mayormente le intrigaba saber cómo se cometía.
Un buen día sostuvimos una larga conversación y le relaté, una a una, las maniobras entonces conocidas para burlar el voto ciudadano. Conforme avanzaba yo en la narración y él tomaba notas, observé cómo aumentaba en su rostro la incredulidad, el azoro. Fueron en total veinticuatro distintas modalidades defraudatorias.
A continuación me propuso dar cuerpo a sus apuntes y redactamos un folleto sobre el tema, que se imprimió y tuvo entonces, desde luego, antes de la era digital, gran difusión. Fue esto a principios de los años ochenta. Posteriormente, él tradujo el texto al inglés y al francés, por lo que también circuló y fue conocido fuera de México aquel folleto.
Después de dar cuenta de cada una de las veinticuatro maniobras defraudatorias que integraban el extenso repertorio, la número 25 se enunciaba así: “¿Qué inventarán y tratarán de aplicar en la próxima elección?”
Las encuestas como técnica para conocer el probable comportamiento del electorado, particularmente —pero no sólo— por lo que hace a su intención de voto el día de los comicios, son un instrumento que llegó muy tardíamente a la política mexicana. Casi un siglo después de cuando ya se levantaban, al menos en Estados Unidos. Aquí se empezó a saber de ellas por primera vez en las elecciones presidenciales de 1988. Antes, cuando el sistema mexicano de partidos no era competitivo, carecía de sentido levantarlas si de antemano se sabía qué partido, por las buenas o por las malas, iba a ganar las elecciones. Todas las elecciones.
La actual legislación mexicana es relativamente omisa en materia de encuestas electorales. De su abundante articulado, disperso en cinco ordenamientos, sólo se encuentra un artículo, el 213, con cuatro párrafos, en la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales (LGIPE), y una fracción, la XV, del artículo 7 de la Ley General en Materia de Delitos Electorales, que hacen referencia a las encuestas.
El primer párrafo del artículo 213 de la LGIPE, dice que corresponde al Consejo General del INE emitir “las reglas, lineamientos y criterios que las personas físicas o morales deberán adoptar para realizar encuestas o sondeos de opinión en el marco de los procesos electorales”. El segundo párrafo dispone que durante los tres días previos a las elecciones y hasta el cierre de las casillas, “queda estrictamente prohibido publicar, difundir o dar a conocer, por cualquier medio de comunicación, los resultados” de encuestas sobre preferencias electorales.
El tercer párrafo ordena que quienes levanten encuestas “deberán presentar” al INE un informe sobre los recursos aplicados en su realización.
Pues bien, la facultad que la LGIPE le señala al Consejo General del INE de emitir reglas, lineamientos y criterios en materia de encuestas electorales, aparece ejercida en el capítulo VII del Reglamento de Elecciones (artículos 132 al 148), que bien vale la pena explorar, porque causa la impresión de que una novedosa modalidad de defraudación electoral, ciertamente muy sofisticada, parece que tiene como instrumento a las encuestas electorales, y la normatividad vigente no prevé cómo evitarla.
Un indicio de lo anterior se deja ver en los resultados, grotescos, por decir lo menos, que en los últimos días se han difundido sobre la intención de voto en las elecciones presidenciales del año entrante, según ciertas encuestas.
Sería la modalidad número 25 preanunciada en aquel folleto publicado en 1981.