¿Qué es la ley en una dictadura?
Esther Quintana.- Desde mis años jóvenes, cuando inicié mis estudios en la Facultad de Derecho, me fascinó un texto escrito por uno de los tres grandes filósofos de la Grecia clásica, sobre la primacía de la ley en un gobierno: “…he llamado aquí servidores de las leyes a aquellos que generalmente se llaman gobernantes, no porque sea amante de nuevas denominaciones, sino porque considero que de esta cualidad depende sobre todo la salvación o la ruina de la ciudad. En efecto, allá donde la ley está sometida a los gobernantes y carece de autoridad, veo pronto la ruina de la ciudad; y donde, por el contrario, la ley es señora de los gobernantes y los gobernantes son sus esclavos, veo la salvación de la ciudad y la acumulación sobre ella de todos los bienes que los dioses suelen prodigar a las ciudades”. Y en la misma tesitura hace dos siglos, Edmund Burke escribía que: “Las malas leyes son la peor forma de tiranía… un mal gobierno puede matizar sus efectos, unas malas leyes transforman a todos en esclavos, hacen que los individuos estén a merced de la arbitrariedad”. Arbitrariedad es precisamente lo que hoy estamos viviendo en México. La ley en nuestro país no está siendo –que asco decirlo– más que la materialización de la voluntad de quien hoy detenta el poder. Y es que un gobierno que tiene control sobre el Poder Legislativo, utiliza su mayoría parlamentaria –como ocurre aquí- para darse gusto a cuanto le signifique control absoluto del poder político. Ahí se acaba la división de poderes. De esa suerte, nada contiene al régimen para actuar en la absoluta impunidad contra quien se atreva a desafiar su autoridad. Se sientan las bases para eliminar cualquier tipo de oposición en el camino, este tipo de regímenes no respetan a nadie. Si a esto le agrega el uso del poder del mandamás para hacer nombramientos verbi gratia en el Poder Judicial, en el Banco de México, en el primer círculo de la burocracia y demás instituciones controladas por el gobierno, así como para influir de manera contundente en la designación de quienes dirigen los órganos de control político y administrativo, pues no queda un solo espacio libre de semejante cadena. Es una vergüenza como le aprueban las leyes al presidente de la República sus esbirros con disfraz de legisladores, la obediencia supina de la que hacen gala es deleznable, son los ejecutores de los deseos de un déspota enfermo de poder.
La circunstancia de que las leyes sean aprobadas por una mayoría no es garantía de que sean justas, porque cuando se ignoran precisamente principios esenciales de justicia y ética, se enraíza la vileza de una dictadura. El actual régimen va convirtiendo la ley en un instrumento para avasallar a cuanto no vaya acorde con la “visión” particularísima que tiene del concepto de gobierno. Para muestra un botón, el decreto en virtud del cual las obras públicas federales se declaran de interés público y de seguridad nacional y por ende quedan exentas de trámites. ¿Por decreto? No sé quién diantres sea su asesor jurídico, pero desde el primer año de la carrera de Derecho te dejan bien claro la jerarquía de las leyes, y ninguna puede estar por encima de la más alta que es la Constitución. Se violenta la transparencia conforme a lo dispuesto en el Artículo 6 de nuestra Carta Magna, porque todas las obras públicas, todo lo que tenga que ver con recursos públicos, deben de pasar por ese tamiz. Y otra más, su iniciativa enviada al Senado para reorganizar la estructura funcional de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena). De acuerdo con el documento, se busca fortalecer al general Luis Cresencio Sandoval, titular de la dependencia, en medio de las crecientes responsabilidades que se le han otorgado al Ejército desde el inicio del sexenio. Y nada es al azar. Todos los dictadores necesitan a las fuerzas armadas de su lado. Ahí está la historia del pasado y la del presente. Nomás hay que leerla. El tema da para mucho más, pero el espacio no, de modo que cierro estas reflexiones con el pensamiento del maestro Norberto Bobbio: “…la democracia es el gobierno de las leyes por antonomasia. En el momento mismo en que un régimen democrático pierde de vista este su principio inspirador, se transforma rápidamente en su contrario, en una de las muchas formas de gobierno autocrático, de las que están llenas las narraciones de los historiadores y las reflexiones de los escritores políticos”.
Al hombre le gusta el circo, ser popular… nomás hay que ver lo sucedió el miércoles de esta semana en el Zócalo capitalino… Y lo que México necesita es un ESTADISTA.