Queremos un Presidente. Atentamente: los mexicanos
Esther Quintana.- Un país puede ostentarse como democrático cuando el estado de derecho tiene plena observancia, es decir, que gobernantes y gobernados se sometan al imperio de las leyes, desde la más importante que es la Constitución y a todas las que de ella emanen, toda vez que es a través de estos ordenamientos jurídicos que se establecen y regulan derechos, libertades, garantías obligaciones, facultades, atribuciones, responsabilidades y prohibiciones. Asimismo, las funciones del Estado, como hecho político por antonomasia, están sujetas a la división y equilibrio de sus tres poderes. El poder, destaco, es uno solo, pero se ejerce a través de 3 funciones sustantivas. La Legislativa, otorgada a un Congreso, que en el caso de México, reside en dos cámaras, la de Diputados y Senadores; la Ejecutiva que recae, dada nuestra forma de gobierno, en un Presidente de la República y la Judicial, cuyo tribunal de más envergadura es la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Parte sustantiva de la democracia es la independencia que debe haber entre los poderes, para que ninguno intervenga en el ámbito que no sea de su competencia. Esto lo estableció el poder constituyente, que es el que crea a los poderes constituidos, es decir al Legislativo, al Ejecutivo y al Judicial. Infortunadamente en México, pervive el infausto presidencialismo, es decir la preeminencia del poder Ejecutivo sobre los otros dos poderes de la Unión. Presidentes van y presidentes vienen, y en mayor o menor escala, según el talante del ínclito, sin el menor sonrojo interfieren en funciones que no son suyas.
Hemos tenido presidentes más autoritarios que otros, pero al final del día el problema estriba en que no respetan la ley que los somete a un ámbito específico de competencias, y esto obra en detrimento de nuestra de por sí enteca democracia. Y además no pasa nada, pero NADA, ni siquiera un respingo de los destinatarios de las consecuencias que ese abuso desata. El gobierno que hoy encabeza Andrés Manuel López Obrador exhibe sin pudor alguno la desfachatez de sus injerencias, arropado en que ganó las elecciones en las urnas con una votación extraordinaria y porque anda por las nubes su aceptación entre el respetable, según las encuestas que le llevan la cuenta. Pues ni así tiene derecho a meterse en asuntos que no son de su ministerio.
El País, hoy, necesita urgentemente señales de estabilidad política e institucional, avaladas por la solidez de quienes tienen a su cargo la conducción de los asuntos públicos. Se necesita ser un necio redomado para restarles importancia a las manifestaciones que se están viviendo a lo largo y ancho de la República de rechazo a las políticas implementadas por su gobierno, a su manera de manejar los acontecimientos nacionales. El asunto de Chihuahua no es menor, y su cerrazón al dialogo, partiendo de que el señor Presidente no entiende más que de dos sopas o “conmigo o contra mí”, está generando un ambiente de tensión innecesario. Sus declaraciones no son propias de un jefe de Estado, le guste o no en este país hay gobiernos emanados de distintos colores y tiene la obligación de dialogar con todos y llegar a soluciones conjuntas, eso es hacer política. La población no tiene la culpa de las filias y/o fobias personales de sus empleados, por muy Presidente que sea.
Con sus actitudes cargadas de encono está debilitando las fuerzas del orden, y todo en desmedro de los mexicanos. La responsabilidad de los actores políticos es fundamental y él buscó por 18 años la que ahora tiene, no se vale lavarse las manos como Poncio Pilatos. Tiene que hacerse cargo de sus funciones, que son muchas y trascendentales y dejar de meter las narices y el cuerpo entero en asuntos que no le corresponden. El último… ¡Que vergüenza! El capricho de someter a consulta pública si se sanciona o no a los expresidentes por la comisión de delitos antes, durante y después de sus gestiones. Por Dios, eso ya está previsto en la ley. ¿Qué ganó con eso? ¿Exhibir al máximo tribunal del Poder Judicial de la Federación? ¿Cobrarles a varios de ellos su “intervención” para hacerlos ministros? Ya le condicionaron la pregunta los ínclitos y nos va a costar una millonada a los mexicanos cumplimentar su populista promesa de campaña. Como si el País estuviera para semejantes dispendios. Ya basta de sus desplantes, Presidente. México necesita un estadista, no un camorrista. No profundice más la crisis que hoy se vive en nuestro país. Usted está obligado a conjugar en plural, dese la oportunidad de demostrarle a sus compatriotas que valió la pena que usted llegara a la Presidencia de la República, no tire por la borda la confianza que le otorgaron 30 millones de electores por las razones y sin razones que hayan sido. Dele paz a este país, dele gobernabilidad.
Compórtese como el primer mandatario de la nación. Impóngase un freno a sus arrebatos. No alimente más el odio y la desavenencia entre un pueblo tan noble como es el nuestro. Sea Presidente de todos los mexicanos.