Soldados fantasmas y caballos imaginarios
Juan Antonio Garcia Villa.- Jean Meyer, erudito historiador y prestigioso académico de origen francés radicado en México, es autor de una obra monumental, en su materia difícilmente superable. Fue publicada hace medio siglo y en ella Meyer aborda de manera enciclopédica un episodio particularmente sensible de la historia mexicana del siglo XX, que comprendió el periodo que va de 1926 a 1929.
Tal episodio es el de la rebelión popular de los llamados cristeros, que tuvo por escenario la región del Bajío y buena parte del occidente del país. “La cristiada” fue el título que dio su autor a la versión que se publicó en español de su tesis doctoral. Apareció en tres tomos, en 1973, bajo el sello editorial de Siglo XXI. Desde entonces han sido numerosas sus reediciones.
El anterior y relativamente extenso preámbulo es para dar marco de referencia a lo que a continuación se dice:
En el apartado 3 del capítulo II correspondiente al primer tomo de “La cristiada”, Meyer aborda el tema relativo al “Ejército Federal” en el contexto de la guerra cristera.
Antes, procede señalar que fue impresionante el cúmulo de información que logró reunir Meyer, tanto de fuentes oficiales (como las memorias anuales presentadas al Congreso por el secretario de Guerra, general de división Joaquín Amaro), como de cuantos datos pudo obtener en archivos privados y los contenidos en documentos desclasificados de la Military Intelligence Division y del Departament of State Records, de Estados Unidos.
Con rigor académico el autor clasificó, ordenó, analizó, cotejó la abundante información recabada, como lo puede comprobar quien lea “La cristiada”. Sobre el punto y con su gran dominio del tema Jean Meyer escribió lo siguiente:
“No es fácil conocer los efectivos exactos de un ejército que absorbía [en los años mencionados] del 25 al 45% del presupuesto nacional, ya que las cifras sobre el papel están con frecuencia alejadas de la realidad. Por ejemplo, una fuente da al ejército 71,000 hombres el 13 de noviembre de 1926, y otra no le concede más de 40,000 el 18 de enero de 1927″.
Sigue diciendo Meyer: “Con los datos obtenidos por diversos conductos, optamos por la evaluación base, ya que los 51 batallones de infantería y los 80 regimientos de caballería de 1926 no existían a menudo más que sobre el papel. La primera tarea del secretario de Guerra [Joaquín Amaro], a partir de enero de 1927 fue llenar las unidades de paja, que permitían a los coroneles y a los generales hacer fortuna embolsándose la soldada [el pago a la tropa] y el avituallamiento de soldados fantasmas, así como el forraje de caballos imaginarios” (pág. 148).
A pesar de los casi cien años que desde entonces han transcurrido, ¿le suenan familiares al lector las expresiones metafóricas empleadas por Meyer de “soldados fantasmas” ‘y “caballos imaginarios”?.
Seguramente que sí le resultan conocidas, pues el lector tiene aún presente, por la cercanía en el tiempo, la práctica corrupta de las llamadas “empresas fantasmas”, instrumentos para realizar las “estafas maestras”. Parece que Meyer dio con su remoto antecedente histórico.
Volviendo a los días que corren, lo que la opinión pública ha venido conociendo en las últimas semanas sobre diferentes hechos, es lamentable lo que en torno al Ejército ha venido señalado a su vez la llamada comentocracia. Y aún más infortunada la política que el actual gobierno se empeña en seguir con relación a las Fuerzas Armadas. Se están corriendo demasiados riesgos, absolutamente innecesarios.
Y peor todavía si entre la información hackeada a la Sedena (por cierto, ¿quién es responsable de esto? ¿nadie?) eventualmente se llega a presentar algún hallazgo que provoque un escándalo mayúsculo. Es pues el momento de rectificar, antes de que sea demasiado tarde. Hay que aprender la lección de lo sucedido hace un siglo, de acuerdo a la narración de Meyer. Porque si eso se hizo entonces con leña verde, ¿qué no se hará ahora con leña seca? Que la hay en abundancia.