También nosotras tenemos alas…
Esther Quintana.- Con motivo de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer
Casi siempre hay historias de luz y de sombra atrás de las diferentes conmemoraciones que suelen hacerse a personas o a eventos, para que no se pierdan en el olvido y las nuevas generaciones las tengan presentes. El Día Internacional de la Mujer que estaremos celebrando pasado mañana, 8 de marzo, se acompaña de hechos en los que la injusticia, el coraje, la valentía, la aspiración, el anhelo, el sueño, la oscuridad, la luminosidad… Un montón de sentimientos que se volvieron incontenibles a la fronda de la esperanza de que podía ser posible, y al impulso de lo que pesaba como un lastre, provocaron levantamientos para que se enterara el mundo de que también nosotras sentíamos, queríamos y reclamábamos un espacio para ser y hacer todo lo que nuestra naturaleza nos puso en las manos, y en la cabeza, y en el corazón, y en el espíritu y en cuanto constituye nuestra dignísima condición de mujeres, para integrarnos al mundo del que somos parte sustantiva y poner en él nuestra impronta, nuestro sello… igual que los varones. Ni más ni menos.
No debió haber sido nada fácil armarse de valor y salir a desafiar el status quo de aquel siglo XIX… cuando ser mujer no tenía más relevancia que ocupar un segundo, un tercer plano, en el discurrir de un mundo pensado y diseñado por hombres. No obstante que siempre hubo mujeres que desde antes ya habían mostrado la rebeldía del hartazgo y también, por supuesto que también, que pensaban, que eran tan capaces como el que más o hasta mejor, para dirigir, verbi gratia, un reino… Isabel I de Inglaterra, o ser una consorte que superaba con creces en sensibilidad y visión a su marido, y me refiero a otra Isabel, a la castellana, a la reina que creyó que había un mundo más allá del mar y financió la empresa con la que se descubrió América. Y saneó la hacienda pública e incentivó el desarrollo de la ganadería ovina y del comercio lanero….
Y es de elemental justicia destacar que ha habido a lo largo de tantos siglos, mujeres que desde la invisibilidad contribuyeron a que el mundo siguiera su curso, con su trabajo, con su devoción, con su constancia, con su tenacidad… aunque nadie las reconociera. Pero todo tiene un hasta aquí. Y ese silencio tuvo que romper barreras y convertirse en grito, en exigencia para reclamar lo que por derecho les correspondía. En 1857 las obreras que laboraban en la industria textil, las “garment workers”, como las llamaban en inglés, organizaron en la ciudad de Nueva York una huelga. ¿Qué reclamaban? Salarios más justos y condiciones de trabajo más humanas. Como era de esperarse, las detuvo la policía, pero la lucha siguió y dos años más tarde tuvieron su primer sindicato para exigir el reconocimiento de sus derechos. Aquello fue solo el principio, 51 años después, el 8 de marzo de 1908, 15 mil mujeres se armaron de valor y volvieron a salir a la calle a reclamar un aumento de sueldo, menos horas de trabajo, la prohibición del trabajo infantil, su derecho al sufragio femenino universal, a ocupar cargos públicos, a formación profesional y a la no discriminación laboral por su condición femenina. De modo que la lucha se mantuvo. Y así fue extendiéndose a lo largo y ancho del mundo. En el año de 1975, las Naciones Unidas celebraron por primera vez el Día Internacional de la Mujer el 8 de marzo.
Todavía no termina la brega. Sigue estando disparejo el terreno y solo no se va a equilibrar. En pleno siglo XXI hay mentes obtusas que se aferran a no entender que el mundo tiene dos alas y que ambas deben de ser fuertes y vigorosas. El machismo existe, igual que la sumisión… y no sirve ninguno de los dos para construir un mundo diferente. La violencia que hoy se recrudece acusa una educación equivocada y una ausencia de formación en valores estremecedora. De modo que ahí está el desafío. El que tenemos en México es mayúsculo.
A las mujeres que no se dan por vencidas y a los hombres que las respetan y las respaldan: muchas felicidades.