TANTOS SIGLOS ¿Y QUÉ?…
Acabamos de vivir un proceso eleccionario en nuestro país, uno de los más grandes de los últimos tiempos. Y vimos de todo, con los adjetivos calificativos que usted guste y mande. Fue toda una exhibición de nuestra mexicana realidad. Ahora que esto escribo escucho los gritos emocionados de los vecinos que están viendo un partido de futbol y parece que su equipo está ganando, los gritos intensos de GOLLLLLLLLLLL… El futbol mueve las fibras emocionales de los compatriotas, se trata de un deporte enraizado en el gusto de los mexicanos. Batallas campales hemos visto entre los aficionados, en algunas hasta sangre ha corrido. Lo que no le mueve ni un cabello a una inmensa mayoría es la política… y se explica, no se justifica, pero subrayo, se explica, dado que en la práctica de la misma, la han convertido muchos actores en algo despreciable. Pero no se remedia, solo se le desprecia, y con desprecio, pues no se soluciona nada.
Pero vuelvo al punto, perdón por el impase. Lo que hoy deseo compartir con usted, que tan generosamente me lee, es la relevancia que desde siempre han tenido las estrategias de los aspirantes a un cargo de elección popular, para llegar. No hay nada nuevo bajo el sol. A mí me encanta la historia y la de Roma siempre me ha resultado fascinante. Fueron el imperio más grande de su tiempo, los padres del Derecho y de la administración pública. Maestros de maestros. Y que me voy a Roma, a meter las narices en los libros. Hay patrones que a la fecha permanecen vigentes, y toneladas de información y desinformación que se diseminaban en aquellas elecciones de hace siglos. ¿Hoy no?
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Entonces, igual que hoy día, los comicios estaban que ni mandados a hacer para sacar a la luz pública rumores, fake se les dice ahora, para fastidiar al oponente o para apuntalar al favorito. Fue muy recurrente en los tiempos de la República. El candidato, se hacía rodear de un grupo de políticos afines y con influencia sobre el populi, de amigos, de gente con poder económico, con la finalidad de salir vencedor en el plebiscito. Ah… y se vestía con un toga candida –sin acento porque es latín– de ahí el término de candidato. La blanqueaban con azufre –nomás imagínese los olores y sobre todo en el caluroso verano– para que se distinguiera su presencia “alba”. Ahora se visten hasta de mamarrachos y bailan y cantan aunque no sepan, con tal de allegarse adeptos. Esto es lo menos.
Los romanos tenían un manual con estrategias apuntadas para convencer al electorado, se denominaba el Commentarioulum petitionis. Contiene consejos que hoy día aplican en cualquier campaña. Ahí le van: se recomendaba al suspirante darse baños de pueblo, saludar e mano –prensatio se le decía al apretón– hoy día hasta reparten besos y abrazos, cargan niños, regalan su mejor sonrisa. Y se hacían acompañar de un séquito que invitaba a la gente a acercarse al pretenso. Asimismo, tenía un nomenclator –sin acento es latín– que era al que le iba susurrando al oído información sobre la persona a la que saludaba. En estos días sería el equivalente a asesor de campaña. Y ahí le va otra que de sobra se conoce y sigue “convenciendo” gente ¿ya adivinó? Sí, sí… daba regalos, ofrecía comilonas… se abusó tanto de esto que fueron motivo de restricción y prohibición… ¿le suena? Hoy día están prohibidas también, hasta sancionadas ¿y qué? Por supuesto que también había propaganda electoral, no repartían volantes, ni calcas, como hoy, pero si se valían de grafitis, de inscripciones pintadas en las fachadas de edificios que primero encalaban. Todavía existen algunas de esas inscripciones, me tocó verlas en Pompeya. Ahí promovían al candidato invitando a la gente a votar por él, destaco ÉL, no hubo candidatas mujeres en la antigua Roma, eran ciudadanas, bueno… pagaban impuestos, pero no votaban. Se les reconocían derechos económicos y sociales, pero ni votaban ni eran votadas ¿Cómo la ve? Vuelvo, en las inscripciones le ponían al candidato la expresión DRP -Dignum Rei Publicae– que quería decir que era digno del cargo público. También se utilizó el discurso del miedo. El propio Marco Tulio Cicerón, notable orador y jurisconsulto romano, lo esgrimió contra Lucio Sergio Catilinia, su enemigo jurado, truhan entre trúhanes.
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Era una forma efectiva de mover al elector para que no votara por el adversario por el peligro que representaba para Roma. ¿Verdad que no hay nada nuevo bajo el sol? El poeta romano Juvenal en su obra Sátiras, burlándose de lo que todo este estilo de hacer política acarreaba en el ánimo del elector, escribió: “Desde que no vendemos nuestros votos a nadie, ya hace tiempo que el pueblo olvidó sus inquietudes políticas. Y este mismo pueblo que antiguamente confería el mando militar, el poder civil, las legiones, todo, ahora se mantiene y sólo pide con ansiedad dos cosas: Pan y espectáculos circenses”.
Cuando la gente no puede confiar en la información que recibe, se vuelve más manipulable y se merma su capacidad de decidir de manera informada. Y entonces la respuesta es la indiferencia. Y también se puede mover a modo a los más politizados. Desde esta perspectiva se explica la polarización que se está viviendo en México. Es esencial que la clase política asuma su responsabilidad de ser factor de unidad y bien común. Ya es hora de enterrar mezquindades y abrirle paso a la magnanimidad. La reconciliación es inminente. Sería un acto de reivindicación del oficio político, de ese arte olvidado con el que se hace PATRIA.