Trascendencia y coyuntura
Juan José Rodríguez Prats.- Pocas palabras tan resbalosas como el término identidad. ¿Es algo fijo, un proceso, un molde? ¿Es una doctrina que orienta con aceptable eficacia la actitud y conducta de una persona o institución? Dice el diccionario: “Circunstancia de ser una persona o cosa en concreto y no otra, determinada por un conjunto de rasgos o características que las diferencia de otras”.
Conforme a este significado, el PAN es el partido con mayor identidad en el escenario político actual. Son claros sus principios y su trayectoria, sus aciertos y sus desviaciones. En contraste con sus contrapartes, hay rasgos que permiten percibir qué es y qué pretende. Esto es, conserva, a pesar de todo, su identidad. Ir en alianzas la pone en riesgo. Las experiencias lo tienen justificadamente escamado. Ha sucedido lo que González Luna advirtió desde su fundación, al señalar el riesgo de ser atrapados por la “neurosis de la escaramuza electoral”.
En 2018 prevaleció la visión cortoplacista; se violó su normatividad interna, se cedió a presiones externas y se avasalló a la militancia. El resultado fue desastroso, ni siquiera se obtuvo la votación de 2012 cuando el PAN contendió sin alianzas. Los panistas se vieron frustrados y no tuvieron la voluntad de participar con el vigor y responsabilidad requeridos. Ahora se ha hecho una consulta más amplia y hay conciencia clara del peligro de ser derrotados por una maquinaria gubernamental que diario da señales alarmantes de abusar del poder y de resquebrajar el Estado de derecho. Por tanto, debe acatarse el principio de la preeminencia del interés nacional y contender en alianza.
Enorme desafío para una habilidad escasa en el PAN: operación política para no perder la congruencia. La regla de oro de un partido, para preservar su identidad, es que cada militante perciba que se le da el valor que cree merecer. Que su dignidad sea respetada, con todo lo que ello implica. La política es una profesión que requiere de ideas y de relaciones humanas. Si se hace un buen trabajo antes, durante y después del proceso electoral, el PAN puede aliarse con sus adversarios de antaño sin perder identidad. Se trata de insistir en lo que Castillo Peraza denominó la victoria cultural panista.
El cinco de octubre de 1988 debe ser celebrado en América Latina como un gran triunfo de la democracia, similar a la caída del Muro de Berlín un año después. En esa fecha, la madurez, responsabilidad y patriotismo de los partidos chilenos derrotaron al dictador Pinochet con un NO a sus propósitos de continuar en el poder.
En México, el reto es hoy similar. El presidente López Obrador habló de desenmascarar a diversos actores políticos y empezó dando el ejemplo, se despojó de la investidura presidencial y asumió la jefatura de su partido. Morena se asemeja al Partido de la Revolución Mexicana, creado por Lázaro Cárdenas: quien no está en sus filas, es un conservador y traidor a México. Emerge lo que creíamos parte de un pasado ignominioso y ya superado.
La ciudadanía tiene enfrente al adversario de siempre. El ogro filantrópico de Octavio Paz se queda pequeño ante al actual, que se aproxima más al hombre antropófago del que nos habla Castillo Peraza.
El PAN no es un fin en sí mismo. Es un instrumento de la sociedad, una trinchera ciudadana, una escuela de capacitación cívica. Puede juntarse con quien sea y preservar su identidad si tiene claros los fines para los que fue creado y hace un cotidiano ejercicio de congruencia. Es entender el desafío de la coyuntura para reafirmar su trascendencia.
El problema de México es de elemental educación cívica. No podemos rehuir a los deberes. Darle continuidad a la brega de eternidad es la obligación señera. La historia no es progresiva. La amenaza es palpable. Hagamos la tarea que le toca a esta generación, por mínima solidaridad con las que nos antecedieron y con las que vendrán.