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TRUMP: EL CANTINERO BORRACHO

Marcos Pérez Esquer.- Hay una frase muy popular que señala que “no es lo mismo ser borracho que cantinero”. Desde luego, la expresión alude al hecho de que no es lo mismo jugar el rol de quien echa relajo, que jugar el de quien está obligado a mantener el orden y el cumplimiento de las normas.

El borracho acude al lugar precisamente a permitirse ciertas libertades; va a tomar, y a la fiesta. El cantinero en cambio, resguarda la seguridad del lugar y de las personas que ahí están; vigila el comportamiento de la clientela para no trasgredir las normas, y en caso extremo hasta puede echar del bar a un cliente demasiado impertinente.

La frase es muy utilizada en política, sobre todo para aludir a la gran diferencia que hay entre ser oposición y ser gobierno.

No digo que sea lo mismo, pero hay cierta analogía entre el borracho al que se le permiten ciertos desfiguros porque justo va a divertirse (hasta en tanto no brinque una cierta línea), y la oposición a la que se le debe permitir expresarse, manifestarse, incluso con aspavientos y hasta incurriendo en ciertos excesos, porque justo está ahí para hacer ver una cierta posición de interés público, y para hacer ver los errores y excesos de quienes gobiernan.

Cuando una fuerza política está en la oposición, no es la responsable directa de mantener el orden, puede colaborar, y qué bueno que así sea, pero es la fuerza política que está gobernando la que tiene la obligación irrenunciable de mantener ese orden y hacer cumplir la ley.

Así, es normal ver que una fuerza política que en la oposición hacía manifestaciones y reclamos, y que metía presión por doquier, cuando llega al gobierno cambia su actitud y se vuelve más moderada, más tranquila, más responsable, y se compromete para con el mantenimiento de la legalidad y el orden. Es normal, de hecho, es lo que se espera que suceda.

El problema es cuando desde el gobierno se incita el desorden, la división, el encono, la polarización. Del poder, lo que se espera es justo lo contrario, la convocatoria a la unidad y a la cohesión social.

Lo que vimos estos días en los Estados Unidos es eso: vimos lo que sucede cuando el cantinero se emborracha. El cantinero, el primer obligado a mantener el orden, se permite unos tragos y unos desfiguros tremendos que terminan poniendo en riesgo la integridad de las personas y del lugar.

Ese cantinero borracho es Donald Trump. Un presidente que desde esa poderosa y exclusiva posición incita a la rebelión y al caos. Una rebelión y un caos que ya costó al menos la vida de una mujer, pero que ha costado mucho también para la vida democrática estadounidense.

Sobran los testigos que señalan que las y los manifestantes que tomaron el Capitolio el miércoles pasado, en tanto se acercaban a las inmediaciones lo hacían pacíficamente; fue precisamente el discurso de Donald Trump el que encendió los ánimos, y provocó los desmanes, y hasta la pérdida de una vida. De ese tamaño es la responsabilidad (o irresponsabilidad) de quien tiene tan poderosa voz, como la que tienen los jefes de Estado.

Lo peor de todo es que Trump azuzó a sus seguidores mediante la profusión de ostensibles mentiras, insistiendo en el insostenible argumento de que le hicieron fraude electoral. Decenas de juicios se han desechado en distintos Estados de la Unión a ese respecto justo porque el Partido Republicano no ha podido demostrar nada en absoluto. Incluso la mayoría de sus correligionarios ya marcan distancia, sus funcionarios presentan renuncias, y la opinión pública habla de una posible incapacidad mental del Ejecutivo.

Todos estos lamentables acontecimientos acaecidos en el seno de una de las democracias más consolidadas de mundo, nos demuestran que todas las democracias -incluso esa-, son frágiles. Como dice Enrique Krauze, “las democracias son mortales”, y como dicen Levitsky y Ziblatt, “la polarización extrema puede acabar con la democracia”.

Ojalá la lección sea entendida a tiempo no solo allá en los Estados Unidos, sino también acá, en México, donde también tenemos un Presidente que gusta de polarizar y exacerbar el odio y la división social.