Veneno para la cordura: el fanatismo
Esther Quintana.- Parece que el fanatismo se vuelve cotidiano en la vida de las naciones, vemos como se ha ido apoderando de la política en diferentes latitudes del mundo, campeando a sus anchas. De suyo la política es un campo propicio para la polarización, ya que enardece electores y los acorrala sentimentalmente. Los vemos gritando frenéticos cualquier número de consignas, confundiendo la defensa de sus propias convicciones con el desprecio a cuanto no embone en sus criterios. Y son traidores todos aquellos que no comulguen con su “credo”. El escritor israelita Amos Oz expresaba que al fanático es muy fácil identificarlo, su entusiasmo por pertenecer a algo es llamativo, como es su afán de pretender que el resto se sume, se convierta a la “causa”.
El fanatismo político conlleva el apasionamiento de alguien que defiende a ultranza, ciegamente, sus creencias y opiniones políticas, rayando muchas veces en una conducta considerada como violenta e irracional. Es un convencido de que sus ideas son las únicas válidas, las de todos los demás están equivocadas, por eso las desdeña, las desprecia, desde su perspectiva no acepta ni de broma que estén en lo correcto. Su visión es cuadrada, en su mundo todo es blanco o negro. Este tipo de pensamiento es típico de regímenes autoritarios y dictatoriales. Cuando un individuo con este perfil llega al poder político lo que se instauran son sus creencias, las impone a costa de lo que sea y como sea. El líder político de esta catadura necesita seguidores fanáticos, no compañeros; prefiere a los primeros porque de estos va a tener sumisión supina. Los fanáticos no distinguen matices. Fueron fanáticos los que entronizaron a Stalin, a Hitler, a Mussolini, a Franco; ya en nuestros días, a Fidel Castro, a Hugo Chávez…
…un mal que se puede contraer incluso al intentar combatirlo”.
–AMOS OZ.
El fanático ve en sus caudillos lo que quiere ver, les adjudica “bondades” inexistentes, se ciega a lo que estén haciendo a todas luces mal, porque para él o ella, su ídolo es perfecto, jamás se equivoca y cuanto dice y hace es lo correcto. Viven inmersos en una realidad muy suya. El fanático político defiende “su” verdad con vehemencia, su capacidad para razonar es pobre, por eso es blanco fácil de mesías politiqueros. El fanático defiende tesis falsas, las repite de memoria, como estribillo, recurre a lo soez, a la insolencia. Hoy en México, verbi gratia, en las redes sociales es un patrón establecido insultar con el mismo lenguaje vulgar a quienes no coinciden con el régimen. Los argumentos, es explicable que no existan.
La psicología ubica a los fanáticos políticos en un patrón de personas inseguras, que a todas luces se empeñan en compensar sus complejos de inferioridad con su comportamiento abiertamente agresivo e intolerante. Y dada su precaria capacidad de razonamiento recurren a la diatriba ofensiva y burlona. Para no sentirse culpables distorsionan la realidad, sus frustraciones las atribuyen a los demás, deshumanizan al blanco de sus agresiones, las ven como un mero obstáculo a la consecución de sus ideales, y por ende hay que atacarlas. El fanático, expresan los estudiosos del tema, encuentra en el grupo y su mente colectiva al que se adhiere un elemento de orden para no experimentar culpa alguna. Es tan fuerte la vinculación al movimiento extremista que llega a darle esa pertenencia sentido a su existencia, incluso identidad, alto sentido de identidad. Pero todo tiene un precio. Ser parte de un grupo que manipula emociones destruye la individualidad y los lazos afectivos con el entorno. Hacer daño puede llegar a convertirse en una rutina, incluso en un deber. ¿Dónde queda el sentido de humanidad? El predominio de la convicción emocional sobre la coherencia racional conduce a la ofuscación de la conciencia. ¡Qué horror! ¿Cuándo el odio ha dado frutos buenos?
Los más vulnerables a ser presas de este mal son aquellos que acumulan frustraciones repetidas, incubadas en un entorno hostil en el que se alimentan sentimientos de humillación y venganza, en personas que no tienen un proyecto existencial propio, con poca disposición al razonamiento e intolerancia a la crítica, con autoestima baja, con dependencia emocional de otras personas a quienes les son incondicionales. Las personas así sucumben con mucha facilidad a los cantos de sirena de violencia contra los otros.
De estas personas se nutren los grupos extremistas. Hoy en México, ya los tenemos. ¿Quo vadis patria querida?